domingo, 15 de diciembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sevilla tuvo que ser...






                  

                                                              A marochos y perotes que vivieron unas horas excepcionales en el Museo. ¡Sevilla tuvo que ser!
                                                                                  

Sevilla tuvo que ser…, sí la de la lunita plateada, la de la Plaza de Doña Elvira, la del Barrio de Santa Cruz y la Judería, la de calles estrechas y  lúgubres por donde no entra el sol. ¡Sevilla de misterio!

A Sevilla llegó el muchacho. Había nacido en Alcalá la Real. Mitad del XVI, 1568. Con doce años marcha a Granada. Talla su primera obra. Sigue la sombra de su maestro – no la abandona nunca, cosa de los que son grandes de verdad -  Pablo de Rojas. Tenía 19 años cuando cambió el aire frío de la Sierra por la orilla del río Grande. Se llamaba Juan Martínez Montañés.

En Sevilla se establece en la Magdalena. Con diecinueve años contrae matrimonio con Ana de Villegas, en San Vicente. Cinco hijos; tres religiosos. Allí muere Ana, en aquella colación recibe sepultura. Con 46 vuelve a contraer matrimonio, ahora con Catalina de Salcedo. Nacen siete hijos…

Hombre profundamente religioso y culto. Tiene problemas con la Inquisición por defender el Dogma de la Inmaculada Concepción. Sus alumnos acceden a su biblioteca,  a sus reuniones culturales.  En el examen como tallista y ensamblador de retablos dicen de él que era “hábil y suficiente para ejercer oficio”.

Su gran obra, salvo unas cuantas excepciones, es religiosa. San  Isidoro del Campo, San Leandro o Santa Clara atesoran (otra gran parte fue a América) sus creaciones principales. Es la esencia del realismo manierista y la profundidad del Barroco asidas de la mano.

Velázquez, a quien debió conocer en el taller de Pacheco que estofa parte de su obra, pintó el ‘sfumato’, o sea, el espacio que flota entre las figuras del cuadro. Montañés, lo recoge en las miradas de los eremitas. Hay  un recorrido desde los ojos de Santo Domingo hasta el encuentro con la Cruz. En San Bruno es resignación; en el San Jerónimo de Llerena una respuesta a la duda; el de San Isidoro del Campo, aceptación…

Su gran obra religiosa queda plasmada en las Inmaculadas y  Cristos. Jesús de Pasión es la dulzura de Dios-hombre; el Cristo de la Clemencia, su obra sublime, teología mística, resuello contenido: “No me mueve mi Dios / para quererte…”

Juan Martínez Montañés muere víctima de la peste en 1649. Tenía 81 años. El Museo de Sevilla organiza una magna del ‘dios de la madera’. Algo único.



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