martes, 10 de diciembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Catalán






El nombre lo decía casi todo. En la otra punta de la línea se le conocía como el ‘sevillano’. Córdoba, punto de entronque, en sentido ascendente; de separación, en el descendente. Medio tren hacia Sevilla; el otro medio, a Málaga.

El ‘catalán’ era un expreso de larga distancia. Era, también, un reguero de adioses, de partidas camino de la tierra, entonces,  de promisión, o sea, Cataluña. Andalucía de alpargatas y analfabetismo tenía que buscarse la vida en otra tierra.

Los andaluces ‘convocados’ a la emigración tenían varios destinos. Dentro de España: País Vasco y Cataluña, sin descartar Valencia, Asturias y Madrid; fuera de nuestras fronteras, Alemania, seguido de Suiza y Bélgica. Algunos fueron más lejos, Australia. En el recuerdo,  en el primer tercio del siglo XX,  Argentina.

Una maleta de madera, una talega con comida y la ropa mejorcilla que se tenía era el equipaje del pionero. Abría camino; la mujer y los niños esperaban la llamada para el reencuentro. Meses después, se producía y, entonces, la diáspora ya era total. Familias desgarradas, corazones hechos añicos. Atrás se quedaba mucho; en el horizonte, un futuro. No había más.

Mientras tanto, el Estado y las Cajas de Ahorro andaluzas invertían, por orden gubernamental, en Cataluña. Parte del dinero – poco o mucho; el que había – en aquella tierra que es verdad era próspera y le daba oportunidades a los que aquí no las habían tenido. ¿O se las habían negado?

El ‘catalán’ partía de Málaga a media tarde. Por Bobadilla era ya casi de noche. Acudía gente de Los Corrales, Olvera… En Puente Genil, los que venían de la campiña cordobesa. En Córdoba, se enlazaban los dos trenes: el de Sevilla – ‘el sevillano’ - y el de Málaga. En Espeluy, un ramal de Almería.

Por Alcázar de San Juan era madrugada. Un hombre con voz ronca vendía ‘tortas del Alcázar’. Al amanecer, otro hombre con blusón largo, abrochado en el primer botón, y una caja por delante, pregonaba: ‘navajas de Albacete’. Se cubría con una gorra.

En Valencia, cambiaba la dirección, como en Alcázar. El tren se acercaba a la costa. Por Tarragona se tocaba la mar con la mirada. En El Garraf, los naranjales eran tierra de algarrobos y almendros. Bien pasado el mediodía, si todo había ido bien, el tren, llegaba a la Estación de Francia… Ese sí que era otro mundo…




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