martes, 29 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaerno de bitácora. Otra vez...





                                   

Desde hace unos días porque alguien, no sé quién, dispone esas cosas, está cambiada la hora. Dicen que una hora menos. Se alargan las noches; ahora, las estrellas son más distantes, más frías. Tarda más en llevar el alba.

Otra vez se  han ido las golondrinas, que esperaban la hora de recogerse en los cables del teléfono. Se han ido, también, las tardes luminosas, en las que le sol no quería despedirse. Remoloneaba.  Volaban los vencejos y limpiaban el aire de mosquitos y de bichillos casi invisibles para todos menos para ellos.  El cielo se ha quedado en silencio de esos aullidos finos de su pío, pío, pío.

Ahora, el  sol dorado de la tarde ha puesto una nota única, especial. Deja tonalidades de dulzura y belleza especiales. Son más cortos los crepúsculos. Las tardes, como panales de miel, chorrean un néctar divino elaborado por otra mano. Tienen un encanto que acurruca las choperas desnudas de hojas en el soto del arroyo.

Ya hay mosto nuevo. Se han recogido los paseros y la uva moscatel dejó de ser una lágrima dorada. Se ha convertido en pasa arrugada envuelta en papel de seda blanco y fino para darle un abrigo. Huelen las almazaras a aceite y a tostón de pan caliente.

Vuelven las ovejas al aprisco. Levantaron los pastores las redes  de los rastrojos y buscan un encerradero bajo techo. Están al amparo de los hielos. Los animales necesitan el cobijo de algo caliente antes que rompa la aurora por los cerros cuando clarea el día.

Tienen los establos el calor comprimido que desprenden los animales y una cama de granzas y paja por el suelo. Un vaho etéreo sale por la puerta. Cuando apunte la luz, las yuntas se echan al camino al encuentro con las besanas…

Dice el calendario que es otoño. Viene, este año, con la sequedad dentro zurrón y las alforjas. Claman las tierras por la lluvia, aunque sea una brusca, solo la suficiente para que aparezca la otoñada y el campo sea una alfombra verde y la Mano de Dios se vea cómo traspone por las crestas de las lomas y brota de los surcos que entierran la semilla… y, entonces, solo entonces, podamos decir, otra vez, que ha venido, de verdad, el otoño.




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