martes, 8 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora.Esta tarde...






8 de octubre, martes.- Esta tarde he hablado con los Weistilifenbach. Tienen una casa en el campo cercana a la mía en los Aneales, al otro lado del arroyo. Pasaban por camino. Daban su paseo vespertino. Son muy metódicos. Cada día, cuando cae la tarde, aparecen por el camino. Delante siempre viene el perro. Es algo así como el pregonero que anunciaba que se acercaba, en la inminencia, el cortejo.

Cuando los veo venir recuerdo aquello que se contaba de Kant, que la gente ponía el reloj en hora al doblar la esquina. Los Weistilifenbach, cuando les llegó la jubilación, cambiaron las cercanías de Colonia, a orillas del Rhin, por el aire tibio del sur, en los Aneales, cerca del arroyo del Sabinal.

 “Soñaba, me comentó, en cierta ocasión, la señora, con este día”. La señora Weistilifenbach es retraída y prudente. Bajita de estatura, delgada, tiene algunas arrugas en sus mejillas; el pelo lacio y con canas que no se cuida.  Apenas habla. Solo lo preciso, lo necesario, que hace, que pueda existir, comunicación entre dos personas. Algunas veces, yo le pido permiso y le regalo una rosa, fresca, recién cortada. Siempre me lo agradece con un “¡oh!” y una sonrisa.
  
El señor Weistilifenbach no es ni alto ni bajo. Tiene una calvicie que le afecta a toda la parte superior de su cabeza. Suele llevar una vara delgada que agita, como una batuta, en el viento.  Me ha comentado las recientes elecciones alemanas. “El gobierno alemán, me ha dicho, no podrá cumplir lo que ha prometido”, y agregó: “pasarán quince o veinte años para que Alemania recupere el estado del bienestar que tenía”. Las aseveraciones del señor Weistilifenbach son  escuetas, veraces y punzantes.

Mientras intercambianos las palabras, de pie, en el camino,  pasa una banda de grajillas. Graznan. Emiten sonidos que se pierden en la tarde. Subieron esta mañana temprano camino de los olivares. Aún la aceituna verdea y todavía no tiene el color morado que tanto gusta a estos pájaros. Las grajillas ponen una nota negra en el pentagrama del cielo. El sol, ya muy bajo, se esconde por detrás del monte Redondo, pero aún queda una pincelada dorada en las cumbres de El Torcal, y algunas moras en los zarzales de la vereda…



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