jueves, 12 de septiembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Vainica doble





Y, entonces, Él,  una mañana cualquiera, hizo la luz y entre la tierra y el cielo dejó caer Álora.  Y fue entonces, precisamente entonces,  cuando Él vio que Álora era un pespunteo de vainica doble blanca, un chorreón de la Vía Láctea desprendido una noche  de verano y lo dejó caer entre El Hacho y el río.

Y le marcó  cómo tenía que ser sino. Y le dijo que se chorraría desde el Cerro de las Torres, como los niños traviesos, cuando nos resbalábamos en las piedras húmedas que orillaban las veras del río hasta llegar al agua y que, luego,  se remontaría, como quien trepa a gatas,  por otros cerros, hasta quedarse a los pies del Hacho para que,  desde allí, si le daba por volver la vista, pudiese contemplar todo  lo que se dejaba atrás…

Y, allá a lo lejos, no lo dijo  pero  lo pensó porque ya lo sabía que los hombres, cuando viniese eso que se llama el devenir del tiempo, levantarían un castillo, con cerco de murallas y torres y almenas y otras torres, y torres albarranas, que se adentrarían rompiendo el perímetro marcado, y esas cosas.

Y junto al castillo hizo que creciese un barrio de embrujo y misterio, de encanto y poesía, donde precisamente no sobró nunca el pan pero sí gracia y arte y, en alguna garganta el cante que rompía el sentimiento. A ese barrio le dieron por nombre El Barranco, y luego, por mor de que a las gentes se les ocurre cambiar los nombres dijeron que les parecía que era como un pequeño Albaicín  pero más blanco…

Y luego, cuando pasó mucho tiempo la hizo crecer por otros cerros y se la llevó hasta el monte del Calvario – todos los pueblos tienen un promontorio con ese nombre como si todos los hombres no llevasen su calvario por dentro – y la subió, casa a casa, lentamente, hasta la cumbre y le concedió gozar del más amplio de sus horizontes.

Y pespunteó de olivos – Él sabía que bajo un olivo su sienes sudarían sangre – y almendros y naranjos pespunteados de azahares en abril. Cuando lo tenía a bien extendía un manto de nubes negras. Iban de paso por su cielo hacia alguna parte. Y, de esa manera, le daba más encanto.

La verdad que no fue así, pero ¿a que pudo serlo?



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