jueves, 8 de agosto de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Venta






El viajero llegó a la venta a eso del mediodía. Mejor, más en hora de siesta, o sea, cuando el calor aprieta más. Fuera, entre las encinas y las paredes de piedra que cercan la dehesa, se paraba el tiempo. Las jaras traspilladas, los cortafuegos de surcos secos, las carrascas polvorientas, el pasto agostado;  ni un pájaro en el aire…

-         Buenas, ¿podría comer algo?

-         Se puede…

Al viajero le dicen que pase a un comedor con paredes de piedra negra.  Pequeñas ventanas; el suelo con cascajos y ladrillos rústicos que forman mosaico. En la pared la cabeza de un toro negro, - negro zahíno -,  disecada. La venta está a orillas de una carretera abandonada porque la autovía marcó la ruta por otro sendero. Para llegar a la venta hay que salir fuera de lo convencional. El viajero la conoce de otras veces…

-         ¿Qué va a ser?

El viajero pregunta por las existencias. Le dicen que si le traen la carta. Contesta que no, que quiere comer lo que da la tierra y pide gazpacho y papas fritas con huevo y chorizo y un tinto de la casa. Sabe, que el otro, el que dicen que no es, es el mismo pero  triplicado de precio. El vino de la casa es el que hay que tomar cuando se va de paso.

El camarero tiene figura de banderillero escapado de la cuadrilla de Manolete…

-         Porque, usted, por un casual, le pregunta el viajero, se llama Rafael, ¿verdad?

-         No, señor.

-         Ah…Usted perdone…

-         Entonces, José…

-         No señor; Manué para servirle…

-         Claro, hombre, claro…

El viajero le dice que tiene muy mala memoria,  y que no se acuerda de las cosas, y que por eso lo había olvidado pero solo por fuera, por lo del nombre, porque por dentro lo recuerda siempre…

Manuel, -Manué, para los amigos – no tiene pinta de gitano pero es enjuto como un junco de río,  la nariz aguileña, los dedos largos y los ojos saltones, como los ojos de los banderilleros prestos a tomar el olivo cuando siente el bufido que levanta el albero en los talones.

El viajero no comió ni bien ni mal, pero comió. Pagó la cuenta, le dijo a Manué que hasta otro día y emprendió camino a esa hora en que el sol hace chiribitas y el ganado, acarrado, busca la sombra.


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