lunes, 27 de mayo de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Uriel




Uriel es un niño precioso. El otro día lo vi por azar. Su padre lo llevaba en el carrito. Iban en la búsqueda de su madre. Nos paramos el tiempo que dura un saludo,  le hice un pequeña caricia en su moflete orondo y sonrosado y me correspondió con esa sonrisa que tienen los niños que son especiales.

Uriel tiene nombre de ángel. Mejor de arcángel porque con esto de la angeología estos seres misteriosos se encuadra en cuatro categorías, según su cercanía o proximidad ante Dios: arcángeles, ángeles, querubines y serafines (que no sé si es el orden pero que da lo mismo). Resulta curioso y bonito, pero un poco complicado.

Según la tradición rabínica los arcángeles eran siete.  La iglesia católica también los admite en número. Ya se sabe de la enorme fuerza del número siete en todo lo bíblico; la copta los reduce a cuatro. Son los ángeles del cielo identificados con los cuatro puntos cardinales.  En los textos  apócrifos aparece hasta con nueve nombres diferentes, además de Uriel, que haría el décimo. Coptos y ortodoxos, igualmente, lo incluyen entre sus seres míticos y en las cercanías de Dios.

El significado de su nombre es una incógnita por cuanto tiene de fuerza y empuje: ‘fuego de Dios’, ‘ángel de la luz’ o ‘luz de las estrellas’. En hebreo tiberiano, en copto y en griego su nombre está incluido como un ser muy superior. Le asignan el papel de los que interceden ante Dios por humanidad. Le atribuyen, además, hechos excepcionales y dicen que tiene la llave del infierno que abrirá la puerta al final de los tiempos…

La tradición mística judía dice que fue un ángel enviado por Dios para luchar contra Jacob,  y  a quien le dio el nuevo nombre, quien condujo a Abraham y quien marcó las puertas de los judíos en la noche de muerte en Egipto. Le asignan dos misiones más: destruye los ejércitos de Senaquerib el rey de Asiria y es quien conduce hasta Egipto a Juan, el Bautista, que huye de la matanza de Herodes y donde se reunirá con Jesús, María y José que también habían hecho el mismo camino con anterioridad por motivos idénticos.

Uriel, el niño que iba en su sillita de paseo una tarde de primavera en busca de su madre no conoce aún todo lo que su nombre encierra. Algún día sabrá…




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