martes, 14 de mayo de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Un día de estos




                                      


Mañana de primavera… Preciosa. Se ha bajado la luz al campo.  Todo es luz. Es tanta la luz que reverbera la cal en las paredes y el sol hace chiribitas en la lejanía del camino. Hay un gorjeo de pájaros en la huerta. Desde muy temprano cantan los mirlos. Los mirlos rompen el día antes que llegue el alba. La vida sigue. Nada es igual aunque parezca lo mismo.

Hace un rato un pitido ronco, lejano, rompió, como los clarines rompen en el albero,  la sinfonía del campo. Era el tren de Sevilla. Antes pasaban muchos trenes. Trenes expresos cargados de viajeros. Iban a tierras de muy lejos. Otros, a lugares más cercanos. Eran trenes más modestos. Circulaban, también los trenes de mercancías. Llevaban paquetería y cosas perecederas. Según qué tiempos: limones, naranjas, granadas, tomates….

Los  pañiles estaban cosidos por la parte superior. Algunos, se ‘perdían’ por el camino. No llegaban a destino. Era una paquetería que tardaba, en ocasiones, mucho tiempo en llegar a la estación de destino. La carretera le ganó la partida y, desde entonces, dejaron de pasar los trenes de mercancías.

Cuando los trenes de mercancías sobrepasaban la capacidad de carga, reforzaban con una máquina en la trasera del tren. Se llamaba ‘la doble’. Empujaba hasta Bobadilla para salvar la cuesta del Cortijo del Cajero antes de llegar a El Chorro. Era una subida lenta y forzada.  El campo casi se cogía con la mano y podían tocarse las espiguitas que nacían en los taludes de la vía. Algunas veces no lograban vencer la dificultad y llegaban con un retraso considerable.

Frasco era el maquinista responsable de la ‘doble’. Frasco era un hombre bajito y grueso, rechoncho, con más de Sancho que de Don Quijote. Amante de la mesa y de la calma. Su manera de actuar en la vida le vino marcada – ya siempre vistió de negro – de manera muy dura desde la muerte de su hijo.
En una ocasión completó el boletín de justificación del retraso que entregó en la Jefatura de Estación de Bobabilla:

-         Lleguemos (sic) con retraso por un fuerte ‘pataleteo’ de la máquina en los sifones del Tomatero. La máquina hacía fun, fun, fun… y el tren no subía”.




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