miércoles, 1 de mayo de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El fantasma




El Greco – Doménikos Theotokópoulos - llegó de la otra punta del Mediterráneo, de Creta. En Italia anduvo por los talleres de tres de los grandes de aquel tiempo: Tiziano, Tintoretto  y Miguel  Ángel…  Siguió camino y vino a parar junto al Tajo en Toledo.

Dice de él el doctor Marañón que la simbiosis entre el personaje y al ciudad fue tal que, el Greco, de no haber caído por allí, habría sido – porque lo era- un genio, pero nunca con la magnitud y la rotura de moldes como él tuvo.

El Greco era un hombre enjuto, de tan pocas carnes que se diría muy delgado, de nariz puntiaguda y barbilla con maneras de berbiquí,  poco pelo y barba endeble, orejas descompasadas y unos ojos grandes y profundos que delataban una grandeza de alma diferente a la de las personas con las que compartía su vida.

Su pintura, desde Toledo, irradió el arte. Parte de su obra, quedó allí; otra, salió dispersa por el mundo. Entre la obra que permaneció en la Ciudad Imperial – en la iglesia de Santo Tomé - ‘ El entierro del señor de Orgaz’ que, luego pasó a llamarse ‘El entierro del conde de Orgaz’. El tal conde, Gonzalo Ruiz de Toledo, dejó unas mandas testamentales, incumpliadas posteriormente. El Greco sitúa a San Agustín y San Esteban como portadores de su alma en el traslado final…

En la noche electoral, o mejor, a resultas de la noche, los partidos políticos analizaban, buscaban explicaciones o irradiaban su felicidad ante las masas vitoreadoras. Dependía del barrio donde tocaba la ‘verbena’. Aparecen, ante las cámaras de televisión, tres señores. Uno tan de oscuro que parecía de luto riguroso; otro, en un azul tan azul que era como una noche de tormenta pero sin relámpagos. Un tercero era… Bueno, cuesta encontrar un adjetivo para aquel rostro carente de sonrisa y expresividad…

Un comentarista político desgranaba su crítica. Dio en el clavo. Dijo que dos iban a un entierro y el tercero era el fantasma del conde de Orgaz. Lo clavó. Entre un fantasma y aquel hombre solo media el tiempo. Uno, el conde, del siglo XVI y éste, alguien del XXI… Con esa imagen tétrica el asesor de imagen ¿de verdad pensaba entusiasmar a los votantes desencantados después de la derrota?


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