martes, 9 de abril de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Inmaculada del Escorial






Inmcaculada del Escorial. (¿1600-1665 ?). Bartolomé Esteban Murillo



La mujer llora desconsoladamente. La mujer viene de esa tierra que tiene en la flor de cerezo un emblema nacional y en el sol naciente el mensaje que da sentido a su existencia. La mujer viene de Japón. Ha cruzado medio mundo. Su interés es el reencuentro con otra de arte.

Se acerca al Museo del Prado. Se va directa a las salas de Murillo. Indaga, busca, remira. No encuentra. Pregunta por una de las Inmaculadas – dicen que Murillo pintó más de veinte – del genial sevillano. Es la Inmaculada del Escorial. Le informan que no está en sala. Andan en trabajos de conservación en los talleres. La mujer, desconsoladamente, llora.

El llanto llamó la atención de los vigilantes. Se interesan. Ella les cuenta, entre lágrimas, que esa Inmaculada ‘salvó’ su vida. No salen del asombro. La señora cuenta que el cuadro viajó a Tokio – luego a Osaka – como integrante de una muestra de pintura española. Ella pasaba un momento duro. No quería vivir. Cuando vio el cuadro pensó que ante tanta belleza el mundo si era un lugar para vivir… Su vida cambió; se rehízo.

Los vigilantes informan al director del Museo. El hombre, también se asombra, le concede una visita de gracia al taller. Le informan que el cuadro ha estado en Sevilla (de donde salió comprado por Carlos III hace muchos años) y adonde había vuelto gracias a la antológica sobre Murillo. Ahora viajará a Vitoria…

La Inmaculada del Escorial es un cuadro de grandes dimensiones. Representa a la Virgen con un aspecto muy juvenil y ya no tan niña como otras pintadas  por Francisco Zurbarán o Diego Velázquez. Es una mujer joven. Llena de esplendor pisa la media luna.

El Museo del Prado, una de las principales pinacotecas del mundo, acaba de salvar el desconsuelo de una mujer. Tantas y tantas obras excelsas que cuelgan de sus muros  habrán movido por dentro a miles de visitantes. Una ausencia  ha hecho llorar a una mujer que venía de lejos, de muy lejos…

Se hace realidad lo de Stendhal cuando, en el XIX, visitó  la Santa Croce de Florencia: “Me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”.  Nació lo que, desde entonces, se conoce como el síndrome de Stendhal. Ahora, ¿cómo le ponemos?


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