lunes, 6 de agosto de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El sillón



Dicen que no hay nada más apetecible que el sillón de uno en el rincón de la casa donde el reino está a nuestros pies. Dicen que hay otro símbolo del sillón. Lo llaman ‘poder’. Es tan apetecible que quien lo ostenta – o deja que sobre él se asienten las posaderas – no quiere perderlo nunca.

Hay otro sillón. Ofrece un respeto enorme. Es el sillón de la clínica dental. Antiguamente, a esos profesionales, les llamaban sacamuelas. Era patética la habitación donde el profesional hacía sus labores.

Yo lo recuerdo de niño. Mi madre me llevó por primera vez una mañana de verano. Era un sillón diferente a todos los sillones que uno pueda imaginarse. Justo al lado, en una vitrina de cristal, estaba depositado todo el instrumental quirúrgico. Un horror. Más pavor daba todavía aquella jeringa con una aguja muy larga y puntiaguda que se clavaba en la encía del paciente.

Luego venía toda una parafernalia y un mal sabor de boca que ocasionaba la anestesia. “Escupe ahí”, me dijo, el médico, don Francisco Carrión, un hombre mayor con un mechón de pelo más largo que el resto, que malcubría su cabeza. Don Francisco, además, era el médico forense del pueblo…

Lo que pasaba por la mente de aquel niño no tiene explicación. ¿Con aquello era con lo que hacía su faena con los muertos? Entre los niños corría la leyenda que don Francisco tenía un hacha y un cerrucho para agilizar la tarea…

El niño, que era yo, miraba y remiraba entre todos los chismes que tenían en aquel mueblecito de cristal que todavía no sabía que se llamaba vitrina. Por más que miraba todos aquellos herramientas me parecían pequeñas y relativamente inservibles para tratar con muertos. El hacha y el cerrucho no aparecían por ninguna parte.

Me dice un amigo que esta mañana andaba de empastes de una caries pequeña descubierta recientemente. Seguro que le habrá ido bien y que no habrá pasado el susto que pasé yo aquella vez en la que por cierto mi madre no dejaba de hablar con la mujer del médico de la que era pariente lejana sin hacer ni puñetero caso ni al dolor ni al miedo que tenía su hijo en el sillón.




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