lunes, 7 de mayo de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Altar del cielo


 El viajero llegó a Lucena - “Dios nos salve”, en hebreo -,  entre olivos y naves industriales avanzada la mañana. El cielo, temprano, estaba luminoso. Después se cubrió poco a poco. Perdió intensidad la luz. Por entre los olivos, a veces, soplaba el viento. Un viento fuerte, bravucón. Anunciaba que todo podría cambiar en un rato.

Alguien dijo que si se juntan tres de Lucena hacen una nave, si son de Cabra forman una romería, y si son de Álora arreglan el mundo. El viajero sabe que es una exageración. Lucena es un emporio económico. Salta a la vista. Canta desde lejos.

Cuando llegó,  Lucena estaba en las fiestas de la Virgen de Araceli. Es un espectáculo la ofrenda floral de la tarde del sábado. La ha visto en otras ocasiones. En esta, no. Llegó al día siguiente porque así estaba programado. La gente llenaba las calles.

Lucena está a los pies del monte. El monte Aras. Otras veces ha subido. Lo leyó y lo transmite. De regreso de Roma el II marqués de Comares, devoto de la Virgen de Porta Coeli, trae una imagen. Una tormenta  espantó el séquito de mulas. Pasan unos días, la mula portadora comía en el monte… ¡Señal divina! Allí edifican un santuario.  Las vistas desde la cumbre: únicas. Dicen que en los días claros se ven las costas de África. El viajero nunca ha tenido esa suerte.

Se adentra en la ciudad. Se para donde Madre de Dios. El convento franciscano está cerrado. Le sorprende la leyenda en la portada: español, hebreo y árabe. Es la primera vez que ve una cosa así en los indicadores de monumentos. Luego, se cerciora que es norma de la ciudad. Aparece en más sitios.

Por encima de las Sierras Subbéticas, a eso de mediodía, se levantaron nubes de tormenta.  Primero, nimbos y cúmulos sobre la Sierra de Cabra. Después, a medida que  avanzaba la tarde, las nubes se tornaron negras y, en la lejanía, lo entoldaron todo. El cielo se puso oscuro y misterioso.

Se barruntaba la tormenta. Llegó. Primero, relámpagos lejanos; luego, truenos  perdidos y, apareció la lluvia. Luis Barahona de Soto, en su escultura, en la Plaza Nueva soportaba la lluvia; el viajero buscó refugio. Antes, tomó nota: “Fue uno de los más famosos poetas del mundo, no solo de España”. Si lo dijo Cervantes…




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