martes, 22 de mayo de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Niños sin tirachinas



Las imágenes son tremendas. Los hombres en su desencuentro habitual algunas veces van más lejos de lo deseable. Se embarcan en decisiones que pueden tener más o menos comprensión según qué partes pero ningún sentido común.

El del pelo de purpurina ha decidido que su embajada en una tierra que se llamó ‘prometida’ para el pueblo Israel ahora se va de una ciudad a otra. No le gusta el mar de Tel Aviv y se traslada a Jerusalén. Así entre gente lógica pues podría pasar sin más. Pero no es el caso.

Jerusalén, la ciudad eterna – al menos, conflictiva desde su fundación - parece que resiste a tirios y troyanos. O lo que es lo mismo: hebreos, cristianos y musulmanes. Todos dicen que es su ciudad y que, además, por si faltase poco,  Santa.

Los del bando contrario, en este caso, bandos porque son unos pocos, musulmanes y palestinos dicen que no están de acuerdo con la decisión. Los cristianos también hacen lo que pueden y los hebreos apuestan por la mayor. No cabe mayor desatino. Todos contra todos.

El pueblo, el pueblo llano ese que manejan en todos sitios, se ha tirado a la calle. Es la guerrilla en todas las equinas. Los niños palestinos no juegan con tirachinas como los niños de otras tierras a ver quién pone la piedra más lejos. No. Aquí a ver quién la pone en la cabeza del soldado israelí, su enemigo irreconciliable que no usa armas de piedras  y hondas sino otras más mortíferas. Vamos,  las que matan de verdad.

Hablan de muertos, demasiados muertos. Siempre en las guerras mueren los más desgraciados, los más indefensos, los que están en la calle. Los que deciden en despachos, a miles de kilómetros, a esos no les llega el polvo de la batalla.

No tienen tirachinas los niños palestinos. Les pesa la injusticia y la incomprensión de muchos hombres que han olvidado que un día fueron niños y que probablemente nunca jugaron con tirachinas, los de verdad, no los mortíferos del odio y la incomprensión.



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