martes, 15 de mayo de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Hogar, dulce hogar



Esta tarde he descubierto un nido de mirlos en un manzano, en la gallinera. Estaba casi en la mediación de una rama. Ha sido de pura casualidad. Paseaba y al levantar la cabeza he visto a la pajarita echada. El nido es pequeño, tierno, minúsculo.

Discretamente lo he mirado desde la media distancia, sin querer acercarme para no espantarla y evitar que lo aburra. De niño era un deporte buscar nidos entre las ramas de los naranjos, en los vallados del camino, o en la alameda del río, en los álamos negros del arroyo, en los álamos blancos, ‘árboles de plata, por su envés blanquecino y su verde peculiar’ como los ve una amiga mía.

Cuando el verano se abría paso, era el momento de buscar, los de tórtola. Eran nidos mal hechos. Como a despropósito. Cuatro palitroques cruzados en los encuentros de algún almendro, o de un olivo. Casi todos los veranos procuraba criar una pareja de pichones, pero al final, cuando llegaba la hora de la emigración, indefectiblemente se moría uno de los dos, y a mí me invadía un no sé qué que me empujaba a abrir la jaula al que quedaba y del que nunca más sabría.

Según los que sabían de estas cosas esos animales, al haber sido criados en cautividad eran pasto de los gatos, de  algún depredar mayor o de  propios los cazadores por los que sentía una honda incomprensión (y del que todavía no me he liberado) y ahora, de mayor contra mí mismo por aquella manera de proceder.

Con la caída de la tarde retornan las palomas. Han pasado el día por la campiña. Buscan los trigos espigados. Dentro de poco las gavillas dejarán un reguero de grano y se lo pondrán más fácil. Solo les falta que pasen algunas hojas del calendario… Ahora que, todavía, las noches no son muy cálidas el palomar les da protección.

Me ha anochecido en el campo. Huele a azahar. Embriaga. El campo está ahíto de olores. He tratado las parras contra el oidium. La cosecha de uvas, para este año, apunta ya en los sarmientos entre hojas frondosas, exuberantes.  Las lluvias de esta primavera no le favorecen. Humedad y sol es un caldo propicio para que los hongos se las anden a sus anchas. Ya no canta el cuco; el lubricán deja paso a un espolvoreo de estrellas. Por el firmamento la mano de Él.



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