jueves, 1 de febrero de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cajeles


¡Qué hermosura de naranjas en el árbol! Están en su sitio (¡Y mis sudores me han costado!). Esas cajeles son pinceladas oportunas entre el ramaje frondoso y verde de los naranjos. Llaman desde lejos y se enseñorean como las mujeres que se saben guapas y enseñan solo lo preciso, lo justo, lo que invita a la vista a que nos acerquemos.

Cuando yo era niño había muy pocas variedades de naranjas. Cada una tenía su tiempo y su tamaño. Las primeras que ‘venían’ eran las más dulces. En el campo las llamaban naranjas de ‘cañadú’ – granos de oro - probablemente por influencia de ese dulzor que llegó con la caña de azúcar con aroma a ron y a canela  y a guayaba – que no supimos a qué sabía hasta mucho tiempo después - y a mujer de sal del otro lado del Atlántico.

Después, las ‘chinas’. Tenían mucha acidez. Menudas de tamaño pero como bolas ebúrneas y surgentes. Las chinas hasta tuvieron su copla. “María cuando te asomas / a la puerta del corral / pareces un naranjo chino / cargaíto de azahar”…

Aunque para azahar las de los naranjos amargos. Perfume de abril. Amarga es la vida, amarga es la experiencia, amargo es, a veces, - cuentan – el amor, pero ¿un naranjo? Un naranjo no puede ser amargo. También se conocían por naranjas agrias.  Se recolectaban en lo más frío del invierno. “Es que ha venido el barco, decían, y se las llevan para Inglaterra”. Y la pregunta era inevitable. ¿Para qué quieren los ingleses la naranja agria? “Para mermelada y para pólvora.”

 La verdad que no cazan mucho las dos cosas pero si una cáscara de naranja amarga se exprime sobre el fuego viene una deflagración instantánea. Algo habrá de relación entre la susodicha pólvora y la cáscara seca.

El ciclo lo cerraban las cajeles. Eran de mayor tamaño. Fuertes como ‘las llamas’ y un acompañamiento idóneo para la cucharada de sopas y paso atrás. “Llevo naranjas de la China / de Granos de Oro, limas y mondarinas / cajelillas de las güenas / que son de las güenas mis naranjillas. / Venga niña,….” Pregonaba, Antonio, el Divino…


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