martes, 16 de enero de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La mano de Dios

Amaneció un día frío. El cielo limpio, azul; ni una sola nube. Al mediodía, el sol en lo alto, espléndido. Se levantó un poco de brisa. Dice el hombre del tiempo que es aire de poniente. Venía seco y sin humedad. Conforme avanzaba la luz subía la temperatura.

Temprano el campo estaba chorreando. El rocío de la noche lo llenaba todo. Las cunetas de la carretera; los bordes del camino.  La yerba bonita abrió una sinfonía de florecillas diminutas, preciosas… Era un prado amarillo. En el campo se veía la mano de Dios.

En la ladera de enfrente había un gañán. Es una siembra tardía. La reja se hundía en la tierra; abría un surco certero. Detrás, un zagal sacaba el grano de una talega colgada de su hombro en bandolera. Dejaba caer las semillas. Un enjambre de pájaros insectívoros picoteaba los bichillos. Salía un vaho caliente… Dios aprovechaba la mano del hombre.

Dice la radio que este año España ha superado el récord de llegadas de pateras. Las pateras buscan la oscuridad; las tinieblas de la noche. Huyen de la luz del sol. Las manos de los hombres – no quieren asirse a las manos de Dios – siembran con su mala condición la muerte. Es la perdición de otros semejantes que huyen de la miseria. Buscan un mundo mejor. Desconocen las manos que les esperan en la otra orilla.

Siete muertos en la playa de Lanzarote. Dice el periódico que estaban tan cansados que no podían ni saltar. Las manos crueles de las mafias abiertas para cogerles el dinero se cerraron cuando tenían que abrirse para darles ayudas… Esas manos hace mucho tiempo que están separadas de las manos de Dios.


Una mano – otra fuera de su sitio -  de no se sabe quién apretó  un botón misterioso. El botón puso en marcha un sinnúmero de misiles, bombas y artefactos de muerte. Todos iban al mismo sitio. Todos sabían dónde estaban ocultos  - eso creían ellos – personas inocentes, niños, seres indefensos víctimas de una guerra. Bueno, de una no, de todas las guerras que tienen el mismo pelo aunque estén en sitios diferentes.  Dios tiende la mano; hay quien no quiere cogerla.


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