viernes, 12 de enero de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Silencio


Dice el Maestro Alcántara que el silencio es la verdadera lengua universal. “Podemos hablar – ha dejado dicho este joven que acaba de cumplir noventa años – distintas lenguas, pero todos hablamos el mismo silencio”. Cuando habla el Maestro al alumno le queda aceptar y aprehender – aprender, también, claro – pero lo primero conlleva más.
El hermano Rafael, hoy en los altares, escribía en el cuaderno de su diario en Dueñas que era hermoso el silencio de los trapenses. Ya se sabe que esos son hombres hechos de otra pasta y de otra madera. En su trabajo el silencio era compañero diario y unas veces arañando terrones en el huerto o en la celda siempre  iba de la mano del monje.
El silencio no está de moda. Parece que el ruido – la antítesis – es sinónimo de felicidad. La gente se grita, vocifera, eleva la voz porque que cree que dando más voces, entonces se afianza más su identidad y todos sabemos que están allí.
El hombre de la tómbola en las ferias  hace saltar los decibelios y los tímpanos e incita a los transeúntes  a que le saquen la papeleta que conlleva una olla de porcelana, una muñeca con los pelos rizados y un vestidito monísimo. También puede aparecer – pero eso no ocurre casi nunca – una bicicleta y… ¿Dónde se queda el de la cacharrería de cochecitos y artilugios? Ruido y ruido y más ruido…

Es curiosa la vida que transcurre en un mercado. En las atarazanas los pescadores gritan y pregonan la mercancía de su pescado. Los jureles son más frescos, las bacaíllas tienen las agallas más ensangrentadas o los boquerones vienen más plateados de la mar porque el hombre que los vende lo grita aunque nadie les haga caso.

Silencio de los hombres solos. Silencio de esas horas de la madrugada cuando los gatos, sigilosamente – o sea, en silencio – se las andan por los caballetes y buscan alguna paloma incauta que no buscó el cobijo del palomar. Silencio de quien se pregunta muchas porqués sin respuestas…


Hace un rato que acabo de llegar del campo. El campo, al contrario de lo que creen muchos, nunca está callado. El campo es una sinfonía perfecta; es una música que se expande con otra manera de silencio; en el campo habla Él… No para, no cesa; es el ‘silencio’ del campo, o es Dios que es lo mismo.




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