lunes, 15 de enero de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Paco

Paco – Francisco Pérez Jiménez – vivía en la calle Zapata. A su casa se accedía por una calzada alta que habían construido para salvar del desnivel de la calle. Desde su puerta casi se le hablaba de tú al Monte Redondo y la calle Algarrobo era un suspiro que pretendía llegar al azul del cielo.

Paco era un niño espigado, enjuto, con muy pocas carnes. Tenía madera de junco. Asistía a la escuela de la Plaza Baja que todavía no era de la Despedía. Una libreta de rayas, una goma y un lápiz, la Enciclopedia Álvarez  que subía en conocimientos y grados conforme se crecía en años. Era la España donde lo único que abundaba eran las carencias.

Paco acompañaba en las chapuzas a su tío Antonio. Antonio, ‘el Rubio de la luz’ era el único electricista del pueblo. Hablar de calidad del tendido eléctrico era una entelequia. Paco llevaba la escalera y subía hasta las alturas donde su tío por la edad ya tenía más difícil el acceso.

Luego pasó a la capital. En la Escuela de Formación Profesional se capacitó como Montador Eléctrico. Era bueno; muy bueno. Su vida comenzó a ser una sucesión de dientes de sierra. Lo mismo estaba arriba que bajaba a ser pasto de la crisis de turno. Ocupó un puesto destacado en la sociedad profesional por la que andaba.

Paco tenía aires de marqués. Claro que le faltaba el título y el dinero. Él no se remingaba y no tuvo nunca reparo para llegar hasta donde otros no se atrevían. Eso suscitó  - porque somos así  - una creciente cohorte de envidiosos. No le perdonaban ni las virtudes.

Era consciente de la situación. Estaba dolido por algunas cosas y se quejaba del poco reconocimiento que algunos le daban. Paco sacaba pecho ante situaciones que no les eran favorables y, hacía público cierto aire de prepotencia para que los demás tuvieran que reconocerlo.

“He traído unas cepas para hacer un vino especial”. ¿Tinto o blanco? Le pregunté. “Eso ya te enterarás porque ese vino solo va a ser para mis amigos….” No se lo perdonaban. Él lo sabía. Lo aireaba y hacía que otros ‘sufrieran’ con sus cosas.


La última vez que lo vi ya estaba muy tocado. En la vorágine de las fiestas se nos fue. Era así, Paco tuvo hasta la osadía de írsenos en Navidad….





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