miércoles, 27 de diciembre de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. De pie

Lo escribió Alejandro Casona: “Los árboles mueren de pie”. La obra fue un gran éxito del autor después de la vuelta del exilio; el reconocimiento de una España que quería volver la espalda a muchas cosas menos a vivir de la ilusión que vuelve y que la realidad se empeña en emborronar.

Él no tenía nada que ver con la obra de teatro. Él era un árbol anónimo en un parque de pueblo. El parque – el pueblo también – ha experimentado muchas transformaciones. Ahora le llaman  ‘ponerlo en valor’. Una cursilería. Era y sigue siendo un modesto reducto ajardinado en una de las pocas explanadas que tiene el pueblo, mi pueblo, o sea, Álora.

Era el parque surgido con los descombros del convento de las Concepcionistas  - ‘el convento de la monjas’- que derribó la sinrarzón de la guerra incivil… Pues en algún sitio había que echar todo aquel derribo que venía de otro solar, el de la Fuentarriba. La Cancula ofreció su sitio  y un Gobernador Civil de aquel entonces, García del Olmo, mandó algo de dinero… Luego, nadie se acordó del señor gobernador ni que el alcalde de aquel tiempo le había regalado su nombre, el parque fue, como siempre, la Cancula.

Pasaron los años. Algunas cipreses, a modo de setos, otras flores de temporada, y árboles sin nombre como muchos otros árboles del parque. Otras sobrevivieron al comportamiento cafre de algunos. Pienso  en aquel rosal de pitiminí que hacía un arco… ¿te acuerdas? Bueno, tú no lees estas cosas, pero todavía llevo dentro el dolor que sentí aquella noche cuando te vi destrozarlo,  y cuando vino tu madre con su protección a recriminarme que yo le había llamado la atención a su Antoñito… (que tu sabes que no te llamas ‘Antoñito, ¿vale?).

Tú, sí tenías nombre. Eras una falsa pimienta. La mañana ventosa ha visto tu adiós. Fue un fuerte golpetazo. Caíste, no pudiste aguantar el empuje de una mano más fuerte que tus raíces carcomidas, que tu tronco hueco por la vejez, y que tu ramaje haciendo parapeto. Te tumbó. Has muerto, de pie.  Luego, vinieron unos hombres con la sierra metálica y  de tu tronco solo quedó leña; de tu ramaje, nada.


Esta noche cuando vengan los gorriones al ficus vecino preguntarán por ti. Tú ya no estás. Otra tarde, alguien también preguntará por nosotros y nosotros… Ya se sabe, ley de vida.




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