lunes, 25 de diciembre de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La calle

Está donde siempre. O sea, en su sitio. En lo alto del cerro al que da nombre y por eso es el “Cerro de las Torres”.  Otea los vientos. Ve cuándo sale el sol y, cuando, cansado de andar todo el día se va por el Monte Redondo. Ve también, el castillo, como el río juega al escondite por la vega y manso y suave, busca la mar que está casi a pedir de mano.

Al otro lado de la calle, una pincelada de la parroquia. Para nosotros, la parroquia de la Iglesia. Con el castillo, el monumento más importe. La bautizaron – porque a las iglesias también las bautizan, con el nombre de la Encarnación-.  Se asoma como de puntillas por los tejados que se quedan planos y  le tapan  la escapada calle arriba.

En medio, la calle; otra calle. Es la calle de Atrás. Lo  que da a entender que hay una delante. La que está delante siempre se llamó la calle de la Parra; luego, por un tiempo, Marqués de Sotomayor que vivió en ella y que hizo bien al pueblo. Algunos le pagaron de mala manera. ¡Ya se sabe, las guerras  y las cosas que los hombres no saben arreglar de otra manera! Pasó el tiempo, y a la calle, le dieron, otra vez  su nombre primero.

La calle de Atrás tuvo muchos nombres. Como es larga, hasta por tramos. No es el caso. Pero no es una calle cualquiera. Es una calle  con estilo propio. Arranca en la Plaza de la Fuentarriba y llega a entregarse en otra plaza, la Plaza Baja de la Despedía. A penas tiene viviendas en la acera derecha, conforme se baja, porque las calles en Álora o suben o bajan; en la izquierda, sí está más habitada.


En la calle de Atrás, se alojó Felipe IV, el único Rey de España que ha visitado el pueblo. Antes estuvo, cuando la Conquista, el Rey Fernando pero entonces, aún no se llamaba España y por la estación de Ferrocarril pasó y se detuvo, brevemente, Alfonso XIII. Eso, para otro día…

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