jueves, 28 de septiembre de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. De paso...

Iban de paso. Fue una falsa espera. Todo empezó temprano, muy pronto. El Hacho no estaba como otras mañanas con el azul del cielo sobre sus hombros. No, no. Era un manto de nubes grises, oscuras, impenetrables, enigmáticas.

Entre los olivares corrió la noticia. De rama en rama se fueron diciendo que, de un momento  a otro, podría venir, que se presentía, que casi estaba allí… Un poco alta, eso sí, pero que las nubes asomaban con toda la carga a cuesta.

Hubo un mensaje entre los carbonerillos comunes, o sea, entre los pajaritos del agua. La verdad que no fue un mensaje henchido y convincente. Entre ellos se dijeron algo. No trascendió mucho porque pronto el viento, el viento de levante, ‘el que las mueve’, se lo llevó por entre las ramas del soto y se perdió en un silencio largo.

Se lo dijeron entre sí, también, los penachos del cañaveral. Se bamboleaban como niños juguetones que juegan a perseguirse entre ellos pero solo se tocan con las yemas de los dedos y cuando parecen que se alcanzan, pues no, se vuelven, otra vez, sobre  sus pasos.

Hubo un mensaje entre los membrillos más punteros, lo que están en las puntas de las ramas. Se dijeron, entre sí, que como ellos están más altos, es decir,  en tribuna alta pues tienen una información que no les llega a otros, a los más bajeros, a los que están al alcance del suelo. Luego, ya se sabe…

Entre los mimbrales del soto corrió la noticia. Todos se dijeron que era verdad, que sí, que era cierto que sobre El Hacho habían aparecido desde muy temprano, y que sabían que en otros montes más bajeros también las cumbres tenían un manto gris, a veces tintados como de plata sucia, y que dentro de un rato ya estaría allí…


Se abrió la mañana. En el campo corrió, otra vez, la noticia. Era una mala noticia. Las nubes aquí no dejarían nada de lluvia, porque tenían el encargo de ir de paso y… 

La imagen puede contener: cielo, nube, naturaleza y exterior


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