viernes, 15 de septiembre de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Otro tiempo

El abuelo, mi abuelo, fumaba cigarros ideales. Mi abuelo era un hombre alto, enjuto, falto de carnes y sobrado de huesos. Mi abuelo – al otro abuelo no lo conocí – madrugaba mucho. Se levantaba con las luces del alba. A lo mejor, hasta antes.  El lucero se las andaba por el cielo y él ya atizando la candela.

A mi abuela le decía madre.

- Madre, ya he hecho el café y he gastado dos pañiles de leña.

- Ya has ganado el peoncillo, hoy, solía responderle ella.

Mi abuelo se sentaba en invierno en un sillón de dos brazos junto a la lumbre. Era muy amante de la cacería.  Por las  tardes aparejaba la yegua y  se iba de puesto a las lomas de Virote. Lo hacía, a resguardo del aire, con piedras y ramas de retama y matojos.

En una habitación fresca y venteada tenía varios pájaros en jaula. Cada pájaro tenía su nombre. En las correderas del maíz crecían las verdolagas y mi abuelo –  yo iba con él – cogía cada tarde un manojo. Las picaba muy menudas y se las ponía a cada pájaro en el portoncillo que, entre los alambres, le servía de comedero.

Mi abuelo era un hombre del campo. Un hombre de campo de regadío aunque las tierras de secano tampoco le eran ajenas. Tenía los primero pepinos del contorno. Sabía en qué luna había que echar la era y,  luego,  sembrarlos cuando agosto tocaba a la mediación, volvía a echar otra almáciga y cerraba el ciclo de la hortaliza; otros vecinos  por aquellos días ya tenían su pasada.

A mi abuelo le gustaba el aguardiente, pero no un aguardiente cualquiera; no. Bebía del más fuerte, ese que si un niño tenía intención de probarlo y lo probaba, lo aborrecía como para no probarlo en mucho tiempo. A mí me mandaba a comprarlo a la cantina. Mi abuela me ponía la botella – que era verde – en una talega y yo hacía el mandado. Mi abuelo guardaba la botella en un rinconcillo de la alacena que estaba en el lado contrario a la puerta de entrada a la cocina.


En las noches de invierno, con la luz del candil y sus dedos nos dibujaba figuras que a nosotros nos embelesaba y ahora las recuerdo con la añoranza del niño que fue, y ya no es…

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