sábado, 26 de agosto de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Doña Remedios

En la mañana del pasado domingo 20 de agosto se tributó un homenaje a Doña Remedios Díaz a pie de su Escuela Rural en Venta Tendilla (Álora). Más de un centenar de antiguos alumnos; numeroso público. Carmen Hidalgo leyó un texto de su hermano José María, ausente por motivos de salud y publicado en el periódico digital ymalaga.com bajo la dirección de Paco Rengel. La homenajeda y el texto piden la publicación íntegra. Es por lo que hoy se excede el espacio habitual de esta sección.


“Remedios Díaz Díaz (Doña Remedios) nace el 10 de mayo de 1902 en Vélez Málaga (Málaga) de familia humilde, es la segunda de cinco hermanas, viviendo su infancia en Almayate, pedanía de Velez Málaga, con unos tíos padrinos, él maestro de escuela rural, y posible origen de la vocación por el magisterio de Remedios.

Pese a su condición de mujer, su familia le apoya para estudiar en Málaga para lo cual obtiene una beca, ayudándose además, con trabajos de costura y bordado que realiza, hasta terminar su carrera.

El 1 de julio de 1934, con treinta y dos años, ingresa en el Cuerpo de Magisterio Nacional, siendo su primer destino el pueblo de Igualeja, donde ejerció algunos meses como interina.

Durante al año 1935 – un año antes de inicio de la guerra civil - toma posesión de su plaza definitiva en la escuela nacional-rural de “La venta de Tendilla” (Álora)  en donde permanece durante cuarenta años, hasta su jubilación.

Allí contrae matrimonio, con Juan García Vázquez (Calderón), vecino del caserío hombre de campo honesto y trabajador, que la sobrevivió.

Ya jubilada y delicada de salud, ella, que no tuvo descendencia, pese a que sus hijos se contaban por centenares, se traslada a Málaga al amoroso cuidando de su sobrina Estrella Jurado, que le ayuda en su seguimiento médico y le acompañará en numerosas visitas a la “Venta” para reencontrarse con sus vecinos, lo que se perpetuó hasta su muerte, acontecida en 1985.

Doña Remedios, como era conocida por todos, no fue una maestra al uso. De ferviente y decidida vocación docente, toda su vida profesional transcurrió en el mismo destino, formando parte de la comunidad de manera especial y esencial.

Como resultado de una tan larga relación, se erigió en constante referente para todos en la comarca. Los inviernos, en reuniones de tertulias vecinales, en torno a los braseros de picón compartidos, y en verano en charlas, al borde la era comunitaria, enseñando labores de bordado, cuyas delicadas manos eran capaces de hacer.

Fue la maestra de los padres, y más tarde lo sería de los hijos, en los que veía reflejado el carácter de sus antiguos alumnos, no perdiendo jamás el contacto con ellos, sin importar la edad, actividad o profesión que estos tuviesen.

El ser discípulo de Doña Remedios, comenzaba a los cinco años, y ya no finalizaba jamás, porque ella mantenía su presencia conscientemente en la vida de cada uno de ellos.

Era invitada principal en las bodas de sus alumnos - con frecuencia ambos contrayentes- y en los bautizos de los hijos de estos, y seguía siendo respetada por todos, de la misma forma que cuando – con su impoluta bata blanca – por las mañana recibía a cada niño o niña, en la puerta de la escuela con los “buenos días”, y le despedía de igual manera al mediodía, para repetir la operación de forma idéntica, por la tarde.

Doña Remedios, era – además - el permanente auxilio de las jóvenes de la comarca. En una sociedad rural y cerrada como la que vivió, las hijas de familia, tenían prohibido ir de fiesta o simplemente pasear, sino era con la compañía de una persona responsable.

Siempre que acudían a ella, accedía sin dudar, ya fuese a lomos de un burro, para ir a la verbena de San Juan en Alhajaprieta, o la romería de Álora, ya sobre un desvencijado camión, para acudir -con sus eternos alumnos- al Valle de Abdalajis o a Pizarra, a representar una obra de teatro, o asistir a una sesión de baile.

La gran personalidad que Doña Remedios irradiaba, en todo cuando hacía, se mantuvo hasta su muerte. Su pequeña estatura nunca le impidió hacerse respetar, ni que el perfecto castellano, en que se expresaba con magistral soltura, llegase con claridad a los oídos de los que la rodeaba en los mensajes - siempre didácticos - que impartía.

Todos los que tuvieron el privilegio de recibir sus enseñanzas, quedaron positiva y definitivamente marcados por ellas, para el resto de sus vidas”.


                                               J.M. Hidalgo// Barcelona a 30 de enero del 2009 




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