jueves, 13 de julio de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ...Y, nunca estuvo en Málaga

Se perdió por El Perchel. Le contaron que el barrio, “los percheles’, lo cita Cervantes. El ventero guasón se ríe de don Quijote la noche de la vela de armas y le dice que fue caballero y que en sus años mozos anduvo de la ceca a la meca  y que visitó “los Percheles de Málaga” y las “islas de Riarán”.

Le contaron, también, que don Miguel recordó el Barrio en Los Trabajos de Persiles y Segismunda: “nos cautivamos juntos porque yo cautivé en Alicante en un navío de lanas que pasaba a Génova: mi compañero en los Percheles de Málaga, donde era pescador”.

Le dijeron,  que el nombre le viene porque desde el tiempo de los árabes los pescadores secaban el pescado, sacado con el copo, en perchas, al sol, y de ahí el nombre de calle Salitre y… Stendhall asentía a todo.

Le contaron que un gitano  pinturero, el Piyayo, que estuvo en Cuba, creó un cante con aires de Guajira; le dio un aire especial al tango y, desde entonces, fueron Cantes del Piyayo: “Adiós patio de la cárcel / rincón de la barbería / el que no tiene dinero / se afeita con agua fría…”

Supo, también, que en calle Mármoles dos hermanas  pregonaban las mercancías de  su puesto de hortalizas.  Nació la  Jabera: “Barrio de la Trinidad / cuantos paseos me debes / cuántas veces me han tapao / las sombras de tus paeres”…

¿La Virgen de la rosa roja en el pecho? Zamarrilla. Camino de Antequera. Un bandolero huye de la justicia; se refugia bajo su manto. Le clava una rosa blanca con su puñal como agradecimiento; se torna encarnada. Es una leyenda; es preciosa…

Barrio de gracia. Carecieron de casi todo. Anduvieron  por el Llano de la Trinidad y por delante de la puerta de la Casa de Socorro...;  de aquello, hoy,  casi nada. Había poco que conservar; tampoco se hizo con algunas cosas  que sí lo merecían... 


Y bajaron, después, porque Stendhall no iba solo, por calle Cuarteles. En Casa Catalina compraron un cartucho de pescaíto frito. Sacaron dos  billetes de tren para Álora; pagaron 0,70 céntimos de peseta  - a 0,35  cada uno – y subieron a un tren de madera. La locomotora lanzó un pitido largo y agudo.  El tren se puso en marcha y… se cerró el cuaderno de la fantasía porque Stendhall nunca estuvo en Málaga. 

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