El terral no quiere irse; o
sea, no nos deja el calor… por ahora. Dice el hombre del tiempo que va a estar
unos días más. Como las visitas inoportunas que no se marchan, y uno que desea
lo contrario y, ellos, pues eso, que aquí me encuentro muy bien y que no, que
no me voy…
Al amanecer una banda de
estorninos tenía por suya la higuera. Se daban un festín. Los higos ya chorrean
gotas de néctar y miel por el ombligo y están a punto. La higuera es temprana y
compite con las primeras uvas de la parra. Los pájaros están en una provocación
permanente. No saben a dónde acudir primero.
Con las corrientes térmicas de
la mañana los abejarucos bailaban un vals a su modo. Es un vals precioso y
único. Solo lo saben acompasar ellos; otros pájaros, no. Los abejarucos tienen música y coreografía propia.
Su piar llena el cielo y describen círculos impulsados por ese aire caliente
que no se ha enfriado durante la noche.
Los abejarucos tienen sus nidos
en las cárcavas de La Albina y del Hoyo del Conde. Allí no les molesta nadie.
Las cárcavas están al otro lado del río y eso para ellos no supone ningún
obstáculo.
Se han puesto sus plumas de
colores, azules, violetas, naranjas amarillas, rojas… Han afilado el pico largo
y han sembrado el terror entre la pléyade de tabarros, moscas, abejas… Yo a los
tabarros le tengo tirria. Dicen que todos los insectos son necesarios. Pienso
que unos más que otros y estos… ¡qué quieren que les diga!
Los olivos están cuajados de
aceitunas; están arracimadas. En este tiempo son pezones de teta de novicia. Se chorrean por los varetas a modo de cuentas
de un rosario que engrosan por día. Los olivos ya tienen sed. El agua de la
primavera fue muy poca. Solo suficiente para el cuaje y, ahora, a medida que el
rigor del infierno, quiero decir del verano de esta tierra aprieta, ellos
aguantan y piden un refrescón. Anda que si al de Arriba se le ocurre mandar una
tormenta tempranera… ¡Cómo se lo iban a agradecer!
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