viernes, 16 de junio de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La hora.

Al hombre, como a todo el mundo, le llegó la hora. Esa de la que decía Quevedo que “todas hieren, y la última mata”. Esa, que sabemos que está ahí, que espera pero que no sabemos cuándo, ni dónde, ni porqué, pero que un día se presenta en la puerta de la casa y lo pone todo patas arriba.

El hombre era un buen hombre. Había vivido su tiempo y su vida con más penurias que momentos buenos. Los tiempos fueron duros, tan duros que a aquella gente la curtió de otra manera. Supieron de los rigores de la calor, si no igual, prima hermana de las que nos achicharra estos días.

Esta gente supo también de lo que eran los días de invierno con poca ropa y, además, mala. O sea de la que abrigaba poco y dejaba que el aire se filtrase como se pasa al otro lado por los boquetillos de un colador; vamos, que el tiritar era un canto cotidiano muchas veces en el repiqueteo de los dientes.

Supieron lo que era un día de agua con la pelliza mojada, ¡con lo que pesa una pelliza mojada! y de un candelorio de leña, prendido en una linde para secarse cuando venía una clarilla en el tajo o  después de salir del posible refugio al amparo de una piedra grande; debajo de un cobertizo que se calaba o en algún caserón caído…

Conocían el campo y sabían lo que pinchan las esparragueras cuando se hace un rebusqueo porque la mayoría de las veces el espárrago y palmito – por el cojollo – era el recurso de una economía de subsistencia…

Alquel día, en torno a la cama, se agolpaban las vecinas. Al hombre le venía a su cabeza una película que riánse de eso que llaman cine de terror. Toda su vida pasaba por delante. Su mujer siempre mandó en él. En ese momento, también. Y, alzando la voz para que todos fuesen conscientes de dónde estaba el mando, largó:


-          “Y, ahora, cuando llegues a la Gloria, te quedas quietecito donde te pongan, vayas a estar a gloria abajo y gloria arriba…”
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2 comentarios:

  1. La mujer que tiro a su marido por la terraza y él mientras estaba cayendo gritaba para que los vecinos lo escucharan "Y AHORA ME VOY ZORRA"

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