domingo, 9 de abril de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Fútbol

Noche ventosa de abril. El aire despeinaba las palmeras que rodean el estadio; de vez en cuando  un olor penetrante, fuerte, sensual;  es el azahar de los naranjos en flor. Tremolan inquietas las banderas que coronan la grada.

Tuve sensación de sentirme extraño en la masa. La gente acudía; unos solos, como yo; otros,  en grupos. Pequeños grupos que hablaban entre sí. Algunos llevaban camisetas de sus equipos. La gente se comunicaba; andaban de prisa, como quien va tarde, como quien cree que aquello se acaba…

Se fue llenando la grada. Saludos, buenas palabras. Pequeños, minúsculos objetos, que llamamos personas ocuparon los asientos. Cambió el colorido. La megafonía  estruendosa; ahogaba. La gente se hablaba casi a voces.

Salen a hacer ejercicios físicos los equipos. Los seguidores del equipo que viene de otra ciudad están colocados en una esquina del estadio; están ¿protegidos?, ¿custodiados? Están rodeados de agentes de policía que tienen cara de indiferentes a todo lo que pasa.

El campo es una alfombra verde; preciosa. El campo es un sueño de tapiz propio de una mesa de billar. Ponen en marcha los aspersores. El  viento arrastra el agua pulverizada. Moja a los jugadores que hacen el calentamiento; se apartan hacia un lado. No necesitan ese riego inoportuno.

Un señor viste de uniforme diferente a los jugadores;  es el maestro de ceremonias. Antes vestían de color negro; ahora, de colorines. Los porteros de los equipos también visten con colores chillones. Uno de amarillo limón; el otro, de verde desleído. No coinciden con los colores de sus equipos. Once y once, todos llevan los mismos colores; los otros, los porteros, no.

El maestro de ceremonia tiene la autoridad. Manda, ordena, para, vuelve a mandar. Gesticula con las manos; se hace notar por medio de un silbato. A pesar del ruido ensordecedor el silbado se percibe desde la grada…

Cuando marca el equipo de casa el griterío ahoga;  los que acompañan al equipo que viene de fuera, enmudecen;  se oye su silencio. Solo las voces de los seguidores, los que están por todo el estado gritan desaforadamente; ¿los otros?, los otros, enmudecidos, callan…


La gente abandona la grada. Exultantes. Les ha ido bien – irles bien es sinónimo de haber conseguido la victoria – a los de aquí. Y, así una, y otra, y otra vez… Ah, se me había olvidado: Málaga 2; Barcelona 0.

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