sábado, 4 de marzo de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: María Moliner

Lo dice ella: “estando yo solita en casa una tarde cogí un lápiz, una cuartilla y empecé a esbozar un diccionario”. Como quien no oye llover va y lo cuenta. Se ve que la gente grande no da importancia a lo que hace.

“Unos seis meses de trabajo, y la cosa se ha convertido en quince años”. Todo comenzó en 1952. Se publicó en dos volúmenes, el primero en 1966; el segundo, en 1967. Desde entonces algo imprescindible en los anaqueles de muchas bibliotecas.

Nació en Paniza, Zaragoza, 1900. Su padre médico rural. Luego vivió en Almazán, Soria, y Madrid. Allí estudió en la Institución Libre de Enseñanza; la sombra de Américo Castro se proyectó en toda su obra.

Su padre, en un segundo viaje a América se queda a vivir en Argentina. Abandona a la familia. Las penurias económicas de la familia, enormes. Su madre vuelve a Aragón. María da clases particulares de latín, matemáticas e historia. Es el sustento financiero de la familia. Sus hijos dirán, años después que eso forjó el carácter de su madre. Mujer luchadora y de ideas muy organizadas y claras.

En Zaragoza se forma y trabaja como filóloga. Se licencia en Historia, la única posible en la Facultad de Filosofía y Letras, entonces en Zaragoza;  oposita y accede al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos.

Pasa por Simancas, Murcia y Valencia. En Murcia se casa con el físico Fernando Ramón Fernando. Sus ideas de izquierdas los implica a los dos en el desarrollo cultural de España. Después de la Guerra, el franquismo los depura. Se reintegrarán a sus puestos años después.

No la admiten en la Academia. El puesto es para Emilio Alarcos;  se clama porque sea la primera mujer que acceda al cargo. No hay manera.  A su muerte, alguien la llama, la “académica sin sillón”.
Su marido cae enfermo y ciego. Unos años después, en el verano de 1973 la arterioesclerosis aparece en la vida de María. Es el anuncio que se encamina hacia el final. Tras la muerte de su marido pierde las ganas de vivir.  Queda recluida en su casa de la calle Santa Engracia.

Su Diccionario del uso del español, una joya. Su obra, imprescindible.  Mujer enjuta, delicada, sutil. Murió, en Madrid,  a los 81 años.


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