Dicen que hubo una vez un país llamado España. Dicen
que limitaba al Norte, con el mar Cantábrico y los Montes Pirineos que nos separan
de Francia; al Este, con el mar Mediterráneo; al Sur, con este mismo mar,
y el Estrecho de Gibraltar; al Oeste,
con el Océano Atlántico por donde cada tarde se va el sol camino de América.
Esto último no nos lo enseñaban en la escuela pero
yo se lo dije, una vez, a una amiga mía de Huelva y me dijo que le gustó.
Bueno, mi amiga es muy generosa y claro cuando las cosas vienen de los amigos
hay que ponerlas en cuarentena.
Dicen que en este País una vez habitó un pueblo. Se
llamaba Tartessos. Vivían por donde ahora están las marismas del Guadalquivir,
y cogía terrenos del coto de Doñana, y enfrente, Sanlúcar. Sanlúcar no estaba
todavía, claro. Los langostinos, a lo mejor, sí.
Y, después, vinieron los fenicios. Les gustaba el
trapicheo. Fundaron Cádiz y Málaga que entonces se llamaron Gadir (luego
Gades). De allí partió Aníbal para conquistar Italia, pero de los que lo vieron
irse aquel día no queda nadie. El hombre se retiró a Capua para pasar el
invierno y ya saben…
Málaga se conoció como Malaka, y estaba no donde ahora;
no. Un poco más al Este, entre Torre del Mar y el Rincón, pero, hoy, no vamos de Historia…
Y luego, dicen, que por aquí anduvieron los romanos:
los del Derecho, las vías que acercaban todas las tierras, de entonces, a Roma,
la Lengua… Por cierto, de Italica, o sea, de casi Santiponce salieron dos,
Adriano y Trajano, que gobernaron el Imperio…
Y luego los árabes, los de al-Mutamid, el poeta que
gobernó Sevilla. Estuvo marcado por la tragedia, la sangre y el amor; el de
Rumaikyya y Abenámar y…
Pues nada de todo eso nos ha unido. La Bandera,
tampoco; ni el idioma, ni la Historia
común, ni las creencias (“la España de charanga y pandereta / devota de
Frascuelo y de María”)… No, no. Nos han unido: ¡los bancos! Se ven por todos
sitios. No hay parque, pueblo, rincón recóndito, o la vista de todos, que no tenga uno de esos
bancos. No son bellos; no son cómodos; no tienen ninguna gracia... ¿Por qué
proliferan tanto?
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