martes, 10 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mon amour cherie...

El tren partió  de Málaga a media tarde. A eso de las cinco, poco más o menos. Nos habían formado en la explanada. Todos teníamos un petate junto a nosotros; un nudo, en la garganta, y un adiós en la media distancia…

La familia había ido a despedirnos;  nos miraba; nosotros mirábamos a la familia. Por el aire se entrecruzaban las miradas; los ojos brillaban más que otras veces. Alguien nos leyó una serie de leyes. Todas terminaban en el mismo estribillo: Pena de muerte.

El tren salvó la cordillera. No se veía apenas nada al otro lado de las ventanillas. Corría con sonidos metálicos por  campos oscuros. Cruzó el río Grande  por Córdoba; luego, según supe después cuando me dio por comprobar si los mapas y la realidad se dan la mano, el tren y el río juegan entre sí varias veces…

Amaneció por Albacete. Jamás he visto un campo más llano;  una nevada tan grande. Todo era blanco. Un hombre  ofrecía vasos de café desde el andén. El vaho de la respiración se quedaba en el aire. Algunos viajeros compraban aquel líquido caliente y humeante.

A media mañana, el tren entraba en la estación de Valencia. Nos llevaron a un edificio muy sucio. Cutre. Luego, nos dieron suelta hasta una hora prudencial de la tarde. Nunca una ciudad me pareció tan grande como aquella por la que anduvimos un grupo de muchachos que empezábamos a conocernos…

Era de noche; hacía frío. El barco zarpó de El Grao. Era la primera vez que subía a un barco. Estuve un rato en cubierta. Las luces de la ciudad se alejaban en la oscuridad. El barco se adentraba en un mundo tenebroso. Cada vez se veían menos luces. Casi de madrugada me venció el sueño. Dormí y desperté cuando ya estábamos dentro del puerto. Ante nosotros Palma de Mallorca…


Hoy, once de enero de 2017 hacen solo cuarenta y seis años que ocurría lo que acabo de contar. Allí, dicen que servimos a la Patria durante catorce meses y un día. En las horas largas de la tarde, la radio difundía que Massimo Ranieri había comprado rosas rojas  aquella noche y,  cuando llegaba la carta  - “mon amour cherie”-  Jacques Brel le daba  sentido, todo el sentido a la censurada “Ne me quitte pas”. Allí…

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