viernes, 14 de octubre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nubes

Las nubes se han vestido de pechuguitas de pitirrojos. Las nubes siempre van a alguna parte. Nunca están quietas. Asoman, miran, ven, y siguen camino como aquel río que Gerardo Diego siempre veía “quieto y en marcha”.

Reciben,  abriendo el compás a dos manos, al otoño que llega. El campo se ha tocado con otros colores. Se han madurado las moras de los zarzales; se bambolean los penachos de los cañaverales mecidos por el viento; se han alfombrado de hojas viejas los paseos del parque.

El otoño ya está aquí. Se toca con la yema de los dedos. También están ya aquí los pitirrojos, sí, esos que ha prestado sus plumas de azafrán manchego a las nubes. Se las andaban entre las ramas del vallado. Son pajarillos pequeños, diminutos, nerviosos…

Vienen de lejos; de muy lejos. Son pregoneros de un tiempo nuevo. Las primeras aguas han traído brotes de yerba nueva.  Anuncia otoñada y comida para el ganado y un manto de terciopelo de esperanza para el campo. Las aceitunas esperan turno de molino y tienen puesta la mantilla morada de pasión y sacrificio.

Los taludes del camino están agujereados por pequeños túneles. Las galerías, en el interior de la tierra, se dan la mano entre ellas. Las galerías anuncian que dentro hay una vida palpitante de hormigas aladas, las alúas, alimento de insectívoros y un canto a una nueva esperanza.

Ha entonado un canto con otro timbre el alcalde de Jun. Dice que ha recolectado setenta mil firmas, firma más o firma menos. Pide la convocatoria de un Congreso extraordinario.  Habla de abusos o algo parecido en la Gestora.  Se ve que no hay conformismo en su Partido que tiene como emblema la flor más hermosa de las flores, la rosa. Tampoco hay que descartar que es la flor con más espinas.

Para espinas las que tienen clavadas en la garganta algunos gavitoeros  acusados de haber comido de la mordida. Era un caviar con veneno. El apetito de dinero que viene por caminos raros ocasiona esas infecciones que tienen difícil cura.


Me quedo con las nubes de pechuguitas doradas, pitirrojos en vuelo. Marilina, como siempre, las ha visto. Ha mirado el caserío desparramado como un reguero blanco desde el Cerro de las Viñas y nos ha dicho: ahí os dejo eso.

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