domingo, 31 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Metro

Entro por la bocana del Metro; escalera de granito. El Metropolitano – era el estadio donde jugaba el Atl. de Madrid cuando yo era niño y coleccionaba cromos. Su delantera, de ensueño: Jones, Adelardo, Mendonça, Peiró y Collar - . No es a este Metropolitano al que me refiero. Es a otro; es el tren que va bajo tierra. La gente lo conoce como Metro.

El Metro, cuando se bajan las escalerillas de acceso, tiene unas puertas de cristales recios. Están perfectamente señalada: entrada, salida. Cuando alguien se equivoca, empuja la que no es. Como un  político, que estos días, empuja al lado contrario de donde le marca su Comité General ¡Cosas que pasan!

Hay un espacio relativamente amplio; mayor, en las más modernas. Unas máquinas expenden los billetes; el torno de salida golpea contra el imán que lo cierra. Son golpes metálicos. Un músico callejero canta en un pasillo. Un amplificador le da potencia a su guitarra… Pide unas monedas. Casi todos pasan de largo.

La gente baja la escalera corriendo. El Metro tiene dos escaleras. Una, metálica; la otra, de las de toda la vida. Hay quien salta los peldaños. La gente corre para subir al Metro. ¿Por qué corre la gente si después viene otro? Un día me sorprendí; yo, también corría.

Un tablero electrónico avisa de la tardanza del tren en llegar; debajo, cuando viene el siguiente. Golpes secos, metálicos salen del interior del túnel. Cada vez están más cercanos. En el tablero anuncian: el tren va a efectuar su entrada en la estación.

Los andenes de espera para subir al Metro tienen su medida justa. No sobra ni falta. Por arte de birlibirloque me gusta viajar en el último vagón. Un pitido  intermitente anuncia el cierre de las puertas. El tren se pone en marcha. Se hace la oscuridad fuera. Va justo, encajonado dentro del túnel. A veces, he sentido claustrofobia.


La gente no habla en el Metro. Algunos - pocos - leen; otros, teclean el móvil. Dormitan. Miran al vacío; al infinito próximo del techo del vagón; a la ventanilla de enfrente. La gente viste de manera informal. Es gente común. Es gente que va a alguna parte…

3 comentarios:

  1. Mi primera experiencia con el metro de Madrid, la tuve a finales de los 60. En realidad con el metro, porque nunca había estado en uno. Las lineas eran menos y Sol la estación emblemática, en donde todo se unía y separaba. Entonces llamaba la atención algo que hoy ha desaparecido. Muchos viajeros eran militares de uniforme. Había capitanes, comandantes, coroneles... de todas las armas y cuerpos. Luego empezaron los atentados y los uniformes desaparecieron de golpe... El resto iban lo mismo que ahora a cualquier parte. Eso si, casi todos con corbata...

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  2. A pesar de algunos problemas como la claustrofóbias de algunas personas, que ante la rápidez para llegar a destino no le queda más remedio que habituarse, pero un problema que se acentúa con la edad.
    Algo que siempre me ha gustado y cuando el tiempo me lo ha permitido es pararme a oír a esos músicos que en ocasiones algunos los vemos o tenemos conocimiento de que su triunfo pudo llegarles.

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  3. A pesar de algunos problemas como la claustrofóbias de algunas personas, que ante la rápidez para llegar a destino no le queda más remedio que habituarse, pero un problema que se acentúa con la edad.
    Algo que siempre me ha gustado y cuando el tiempo me lo ha permitido es pararme a oír a esos músicos que en ocasiones algunos los vemos o tenemos conocimiento de que su triunfo pudo llegarles.

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