domingo, 10 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Lluvia

El campo lleva la tristeza en la cara, como los pobres que pedían, de puerta en puerta, una limosna y se le despedía, y no siempre con lo que había pedido, y el pobre seguía andando, calle abajo, con sus miserias a cuestas.

No llueve, no quiere llover. El hombre del tiempo parece que nos engaña, involuntariamente, y anuncia que para pasado mañana, que si para el fin de se semana que si… Enciende una leve luz de ilusión a quienes están hundidos en la desesperanza. El pabilo de la vela apenas alumbra.

Casi no verdeguean las lomas; no han corrido los arroyos; no han sacado agua las cañadas. Los pozos tocan fondo y el río es un reguero sucio y maloliente que marca su sendero entre cañaverales y olmos en la desnudez del invierno.

Hablan del cambio climático. Puede que sea así. Regiones amplias del Reino Unido llevan un montón de días bajo las aguas. Ahora, el asunto se ha bajado y le toca a esa punta verde de España que se llama Galicia. Las imágenes de televisión son dantescas.

No habla nadie de experimentos nucleares de hace unos años hechos por los rusos en el Ártico. Escucho que las temperaturas provocadas por el atentado salvaje fueron muy superiores a las alcanzadas en Hirosima y Nagasaki… ¿Eso tendrá algo que ver?

No han florecido los almendros como tenían que estar ya por este tiempo; las naranjas no son chorros de néctar cuando se exprimen y sus gajos están sequerones por dentro; no hay una solo esparraguera brotada. A duras penas el campo ha pasado el otoño. Anuncian frío polar para dentro de unos días.


Alguien dijo que aquí nos ahogamos siempre. O por exceso de de agua, o por falta. Debemos andar en la segunda acepción. El campo pide agua; el campo necesita el agua; los cuerpos y las mentes calenturientas, también.

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