viernes, 1 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Enero

“Ni lloraba. Tenía más hambre y sed, que miedo. Y frío, mucho frío.” Así comienza el anuncio de la mejor noticia del día. Lo da La Vanguardia. Aparece vivo un niño de tres años perdido en el Pla de l’Estany. Se llama Jordi. Todavía tengo un nudo en la garganta.

Ha entrado el invierno – de hecho llegó hace unos días – y parece primavera. Me dice, el maestro Barbeito que ha caído un chaparrón esta mañana en Sevilla y que tienen acumulado 17 litros en estas Navidades. ¡Sevilla tiene arte hasta para esto!

Por aquí la gente pide que entren las borrascas atlánticas pero nada de nada. Todas se van un poco más alto. Resbalan y si alguna se equivoca, toca de refilón la Baja Andalucía. La de las marismas y los toros en las dehesas; la de flamencos en Doñana y el Guadalquivir, soberbio.

Después de comer cojo el coche. Me voy para la Costa del Sol Oriental. ¿No han visto los atardeceres en Cerro Gordo en esta época del año? La luna menguante ve cómo se hunde el sol en el horizonte, en el mar, entre colores violetas, malvas, naranjas, rosas, amarillos… El mar parece acurrucarlo.

Los pinos bajan y besan la lengua del agua. El mar es un espejo rizado. Un velero deja una estela; sobrevueltan gaviotas en aleteos lentos y acompasados. La tarde está bellísima.

La Herradura sestea entre la hoz de la bahía y las urbanizaciones que dan dentelladas al monte. Casi un centenar de deportistas practican parapente. Aterrizan en el rebalaje. El amar es de un azul intenso y provocativo. El mar es el compañero idílico para la tarde.

Las noticias hablan de muertes en otro sitios; de un hotel cercano a un edificio  emblemático, en Dubai, entre llamas; causan pavor. El mundo está indiferente a otras muchas cosas. El mundo vuelve la espalda, también, al dolor que acucia a otra gente.


Enero apunta a cuesta empinada y áspera. Enero siempre ha tenido algo que lo diferencia de otros meses del año. Es época de escarchas nocturnas y heladas al amanecer; de caminos con las orillas blancas y tiritones cuando se va el sol. La brisa de la tarde me acaricia. Dejo Cerro Gordo; vuelvo a casa. Escribo...

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