domingo, 15 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Bodegón de otoño

Está todo trastabillado. Fuera de lugar. Hace calor; el verano se agarra a las argollas del paso de los días. El anticiclón, apatarrado encima; no hay quien lo mueva. Mañanas de nieblas; tardes soleadas de paseos.

El campo - de lo poco, en su sitio - con un manto verde precioso. Las sementeras dibujan  mosaicos pardos en las lomas y una cohorte de pajarillos buscan semillas o insectos tras los surcos abiertos por el arado. El ganado trisca en la yerba nueva. Se han ido las tórtolas, las golondrinas, los vencejos…

Los bodegones fueron pinturas clásicas en el Barroco. Eran la instantánea de una mesa en la cocina. Una bandeja mostraba un acopio de frutas: membrillos, uvas, peros y manzanas, castañas, un pan con las hendiduras de un corte agrandados por el calor de la cochura…; algunas piezas abatidas en una jornada de caza.

Tenemos, estos días, bodegones diferentes. Hay flores en las aceras de la calles; velas encendidas al amparo de la pared; notas escritas en papeles que recogerán mañana los equipos de limpieza.
Personas que lloran en un desconsuelo continuo. Preguntas sin respuestas, soluciones que no llegan. Desespero de demasiada gente. Ha cambiado  la fisonomía de  muchas caras por las que ahora corren lágrimas.

Sirenas luminosas y de las otras; Patrullan militares; policías con atuendos armados. Desconfían de todo y de todos. Miran, escudriñan, hurgan para descubrir al enemigo agazapado no se sabe dónde pero se antoja escondido en cualquier parte.

El bodegón de este otoño refleja algo muy distinto a lo que pintaba Zurbarán. Nubes de contaminación sobre las grandes ciudades. Se tocan con boinas gigantescas; desde lejos se ven oscuras, feas. Culpable, el dióxido de nitrógeno. Dicen que ese gas es consecuencia del mal hacer del hombre.


El hombre – algunos hombres – contamina ciudades de maneras diferentes; todas dañinas. Matan o fabrican gases tóxicos. Envenenan a otras gentes. Venden armas a otros hombres que disparan ciegos por el odio. Es su ley y  su norma; los otros tienen un afán, sin límites, de enriquecerse más y más… ¡qué bodegón más puñetero el de este otoño!

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