viernes, 18 de septiembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Preludio

El aire mueve las ramas altas de los plátanos. Por el suelo hay hojas de acacia, de  alces, de almeces y de otros árboles. Anuncian ya algo que va a llegar pronto. Todo es un preludio del final del verano.
No suena aquella canción del Dúo Dinámico que nos enternecía tanto. No. Aquel final del verano que decían ellos que había llegado se refería a otro verano. El verano de amor de adolescentes cuando todo aquello era tanto.

Las mañanas, ahora, amanecen frescas. Sobre los techos de los coches quedan restos del rocío de la noche. Lo secan los primeros rayos del sol. Se forman regueros secos por las que las gotas dejaron un surco entre el polvo acumulado.

Un vaho se levanta del campo. Comienza a calentar el sol. A medida que entra el día sobran las prendas. Dieron un poco de calor al cuerpo que salía a la intemperie de la calle. La ropa y el jersey, buscado con deleite para arropar al cuerpo, a media mañana, son un estorbo.

En estas tardes de los alrededores del otoño hay una luz especial. El cielo, primero, fue azul intenso; luego, celeste, después, desvaído y giró a encarnado, violeta y morado. Todo el horizonte fue un candilazo por el horizonte y ya lo dice el refrán candilazos al anochecer…

Los atardeceres de otoño tienen un encanto especial. Son bellos, dulces, enternecedores. Como si llenasen sus alforjas con gavillas de adjetivos arrebatados al diccionario con prisa y se los apropian y los hacen suyos.

Los pobres sin techo, en las grandes ciudades,  buscan cobijo para acurrucarse en los cajeros, en las bocanas del Metro, en los soportales de los templos, en los bancos solitarios que siguen siendo igual de duros pero que ya comienzan a ser más fríos.


Los pájaros del parque ven, también,  reducida su fronda espesa y generosa; el campo muestra otra cara. La poesía del preludio de otoño va por algunos barrios; por otros, la realidad cruda de la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario