sábado, 19 de septiembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Metro

La gente baja la escalera del Metro con prisa. Los escalones son grisáceos y rudos, de piedra de granito. Fuera chispea. Los escalones están mojados pero no resbalan. Tienen como unas pequeñas picaduras que lo impiden.

Del interior sale un aire caliente, viciado, raro. Es un aire que ha respirado mucha gente. Ahora, el aire,  se asoma a la puerta de cristales que separa el primer espacio del Metro. Parece que tiene miedo a la calle; se vuelve hacia el interior.

Detrás de una mampara de cristal hay una señora. La mampara está cerrada. La señora viste uniforme. Tiene la nariz larga, pintadas las uñas de los dedos de las manos de color carmín oscuro y un collar de bisutería que le cuelga hasta un poco más arriba del pecho.

 Le digo que no funciona la máquina que expide los billetes. Me atiende. Saco un bono de diez viajes.
-          “El importe, me dice, son 10,20 euros…”

Le pago. Me da el cartoncito y me pregunta si quiero recibo. Le digo que no. Paso el torno y giro a la derecha. Bajo las escaleras metálicas. Me coloco a un lado; me adelanta un chico joven. Lleva prisa; luego, otro. Y, otro más.

 La gente corre cuando baja las escaleras del Metro. ¿Por qué corre la gente si después viene otro tren? Un día me sorprendí a mí mismo: yo también corría…

La pantalla electrónica dice que el tren vendrá en 3 minutos; el próximo, en 7. Por el túnel suenan ruidos metálicos, secos, lejanos, disparatados… Todo es negro. Llega más gente. Llega el tren. Salen; entramos. Ya no nos atropellamos. La gente sabe que antes de entrar hay que dejar salir. La gente sabe, también, otras cosas; no las cumple.

El Metro viene lleno. No habla nadie. Leen algunos; muy pocos. Otros trastean el teléfono móvil. Ha subido un músico callejero. Toca un acordeón. En el silencio metalizado del Metro evoca melodías y recuerdos de un Paris lejano, y un río, el Sena y un amor…


 En el asiento de enfrente se ha sentado una chica morena. Lleva auriculares. No escucha al hombre del acordeón. Va abstraída en sus cosas. La megafonía anuncia: próxima estación, Gregorio Marañón, correspondencia con línea 10… Y todo sigue…

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