miércoles, 26 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Nano

El Nano tenía la piel morena. Morena de aceituna y soles; morena de raza y enjundia; morena del que pasó mucho desde niño. Y, en silencio. El Nano se las andaba por los bares de la Fuentarriba o apoyado en la pared de la calle. Buscaba un potencial cliente que, por unas monedas, le ayudasen a tronchar eso que llamamos vida.

El Nano - Alonso Heredia Campos -  tenía el pelo negro. Como es negra la noche a la que se le ve poca salida. Enjuto y seco. Los ojos oscuros y profundos. Tenía el cimbreo de un junco que crece en las orillas del río. Llevaba en una mano  la cajilla de las ‘herramientas’; con la otra marcaba un compás imposible.

El Nano era un gitano guapo de cuna. De infancia difícil. Con casi todas las salidas cerradas. El  muchacho se buscó la vida de limpiabotas. Quizá el último limpiabotas – y, ojalá el último - de los hombres que se han ganado el pan de cada día de esa manera.

Tenía la cintura del que va para torero estilista y ligero de carnes como una alondra.  La frente despejada y los labios grandes. Ni muy alto ni muy bajo, seco y con los ojos tristes. Con esa tristeza del que ve que la vida se le va y él ni puede ni quiere ni sabe cómo pararla. Las orejas grandes…; caídos los brazos y unas uñas recomidas por el trabajo.

Siempre he sentido un respeto enorme por esos hombres que se han arrodillado ante otros hombres. Jamás he consentido que nadie me limpie los zapatos. Lo he visto como un acto de humillación hacia otra persona. Sé que puede parecer una exageración. Sé que es una manera digna de ganarse la vida,  pero …


Felipe Aranda que lo conocía bien dice que era un hombre bueno, de gran corazón  y honrado,  y que, además, era su amigo. Me pregunto ¿con cuántos hombres honrados y buenos como El Nano nos cruzamos cada día y los desconocemos? ¡Qué injusta hacemos la vida!

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