sábado, 8 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Fuego



El año pasado, por estas fechas, andaba yo por la Sierra de Gata, cerca de Las Hurdes y Portugal. Un año después hurgo en los recuerdos. Me recome la rabia y la impotencia. Se quema un paisaje perdido, recóndito y bellísimo…

Antes estuve en Ciudad Rodrigo, a la que volvía, unos años después. Mostraba lo acertado del dicho: “la ciudad ideal para vivir es la que tiene Obispo y no tiene Gobernador Civil”. La gente copeaba a la salida de misa del medio día. Las terrazas abarrotadas. Señoras engalanadas con joyas y ropas nuevas. Era una invitación a sentarse. Lo hice. Sobrevolaban las palomas desde los alféizares de las ventanas a los vuelos de los tejados.

Crucé el campo charro y eché carretera fuera. Subí el puerto, y me ‘perdí’ por la Sierra. Hay bellezas en las que a uno no le importaría que se detuviera el tiempo, y seguir viendo cómo se columbran las nubes por los altos de las picos mientras los caños manan, en la umbría de las calles, un agua fresquísima.

Cerca de Perales del Puerto, en plena sierra, dicen que se asienta la ciudad celta del Arcóbriga de la que habló Tholomeo pero yo no fui. Acebo – donde empezó el fuego – está rodeado de robles, pinos, castaños, jaras, brezos… Hace muchos años, cinco vecinos del pueblo se fueron a conquistar América; Hoyos tenía hilos de agua que corrían por sus calles y gateras en las puertas y un chachareo de sombras…

Coria me recibió, al atardecer, con tiempo suficiente para asistir en la catedral a un concierto de guitarra dentro de un concurso internacional. Coria agoniza de un pasado esplendoroso de cuando los obispos estaban de tránsito, camino de una diócesis de mayor enjundia. A la salida paseé por las orillas del río -Alagón- entre gente que apuraba las últimas cenas. Olmos y acacias en la orilla del río pusieron una frontera de más allá a la que no era posible llegar.


Perales del Puerteo, Acebo, Hoyos… Cuando escribo estas líneas sus vecinos están desalojados de sus casas; otros ya regresan a la tierra qujemada. Les aprieta - a ellos, y a todos nosotros - la garganta ante lo que dicen las noticias que está pasando. ¡Qué horror, Dios mío!

No hay comentarios:

Publicar un comentario