miércoles, 12 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Presiones

Está el patio que echa chispas. No es porque las herraduras de los caballos hagan que salte el pedernal del suelo. No. No es, tampoco, porque el sol reverbera en la cal y se viene de frente  como un toro que no hace caso al capote que le echa en la cara el maestro. No.

Está el patio revuelto. El ministro del Interior ha recibido en su despacho oficial a un presunto implicado en eso de tejemanejes de dinero, amante, muy amante de lo suyo y presunto (aunque se piense lo contrario) de lo de ajeno. Hay, también, quien ‘recibió’ a otro en una gasolinera, en otro tiempo y con otro gobierno, que como todo el mundo sabe es un lugar idóneo para tales menesteres. Eran otros lópeces.

Se han tirado a la yugular de un hombre que tiene cara de hombre triste. Como si viniese de un entierro, como si a ese hombre le doliese algo inconfesable por dentro y que aguanta el tipo porque no hay más remedio.

Los ‘miistas’ en palabras de Arniches no lo entienden ni comparten que del árbol caído no se haga más leña y no se le pegue la lanzada que le quite el resuello de tanto yate en las aguas azules y tanta gilipollez de ostentación; los ‘otristas’ – y sigo con don Carlos – no han desaprovechado la ocasión.

Poner un cadáver delante de una banda de buitres y pedir que se dediquen a tocar la lira es pedir un imposible. Como imposible será que en esta País llamado España algunos presuntos predicadores de la independencia de Cataluña hablen en catalán y no en español… Y, digo, yo, ¿será porque en la lengua de Cervantes los entiende más gente?

Eso de las presiones es connatural a muchos seres humanos. Me viene a la mente lo ocurrido hace unos años en mi pueblo. Una masa considerable acompañaba al presunto hasta el Juzgado para hacer presión. Informado  el Juez no le ve buena pinta, coge el teléfono y llama al cuartel. Mandan una pareja y, cuando los ven venir por la calle, desbandada unánime… Uno de los guardias, 'inocentemente', pregunta:

-  Rafael, ¿por qué hay aquí tanta ‘gente’?


-  Na, que pasábamos por aquí…

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