jueves, 12 de marzo de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica sola

La chica ya no era joven. La chica lograba salir en un mar donde las orillas le quedaban muy lejos. Tan lejos que volver atrás era imposible; alcanzar la otra orilla una aventura.  Seguir adelante era un canto a la esperanza. Le empujaba la desesperación y la ansiedad de llegar.

La chica había traspasado la barrera de ese lugar de la vida a donde nunca antes llegaban las olas que hundían, fuera de allí, los barcos confiados y que, también, sin ella saberlo, había hundido el suyo. Se preguntaba y no hallaba respuestas a muchos ‘¿porqué?

La chica de cabellos rubios navegaba en una noche procelosa y oscura. La chica buscaba entre las olas del mar de su vida un faro que alumbrase por encima de la tempestad. La chica buscaba la estrella de una última oportunidad. ¿Sería aquella su última oportunidad?

Caminaba sola por la ciudad de siempre. La ciudad le era tan desconocida que ni ella la reconocía ni se reconocía a sí misma. Pedía y no podía romper con su pasado. Anhelaba que el sol del amanecer – qué hermosura del sol de amanecer – le diese a su vida el calor que no tenía.

Iba con sus preguntas sin respuesta, sola, por la calle. Hacía frío, mucho frío. Pasaban los pocos coches que transitaban a esas horas veloces. Venían de algún sito; iban a alguna parte. Ella había dejado atrás mucho ruido de una música estridente, ensordecedora; otra música.

Hurgó en el bolso, encontró la llave del portal. Abrió la puerta. La chica de manera intuitiva pulsó el botón de la luz. Llamo al ascensor…Su casa estaba vacía. Sola. Chocó con el silencio que siempre despide la nada…

Cuando se metió bajo el edredón de la cama su cuerpo tiritaba. La chica tenía mucho frío por dentro. Pensó en un faro lejano. De vez en cuando, las ráfagas de luz de otro faro pasaban por los cristales de su ventana. En el horizonte todavía no se vislumbraba el día…

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