martes, 9 de septiembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nubes de septiembre

DESDE EL LUGAR

                                   NUBES DE SEPTIEMBRE

Llega septiembre. El calendario tiene pellizco. Vuelve la gente al trabajo tostada por el sol de las vacaciones. Está llena de zozobras interiores por eso que se conoce como síndrome postvacacional (¡vaya nombrecito) o algo parecido.
En septiembre, también, se esperan otros cambios: en la meteorología, en el campo o en los cuerpos. En el bar la gente  no es la misma. Parece diferente. Como quien espera algo que está por venir.
El cielo azul de la tarde apareció surcado por nubes lejanas, blancas y algodonosas. Van de una punta a la otra. ¿De dónde vienen? ¿A dónde van?  Se me antoja que esas nubes son las virutas de las gomas de los ángeles cuando escriben en los renglones del cielo y el Maestro les regaña y tienen que borrar...
Los hombres viejos hablaban de las nubes en el campo. Eran otras nubes.  La ‘nube de Alcalá’  - y uno que es preguntón y curioso supo un día que era un nube redonda y grande como una coliflor - se levanta, me dijeron, entre El Torcal y Las Cuerdas, por encima de Joya y, si se pone negra, al rato,  llegan los truenos.
Había, también ‘otras’ nubes para predecir el tiempo. Eran “las gatitas de Mijas”: nubecillas ligeras, casi imperceptibles. Coronaban la Sierra y, como al otro lado está el mar traían humedad. Aparecían y se ocultaban con rapidez. Son como los ojos de la mujer bella. Siempre, esquiva y huidiza, siempre un sueño.
Decían los viejos que, antes de tres días, cambiaba el tiempo. Y, si estaba duro como lo está ahora, entonces suponía un hilo de esperanza  porque traían el agua tan deseada, tan necesaria, tan esperada.

Pide  cambios – en otros temas, también, lo pedimos nosotros – el campo. Hace falta agua del cielo que purifique, que limpie que vigorice tanta sequedad como hemos acaparado por aquí abajo y, si de paso se lleva lo que pensamos…

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