domingo, 21 de septiembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Melocotones de Periana

                                

Langostinos de Sanlúcar, quisquillas de Motril y coquinas de Huelva; boquerones de Málaga, urta de Rota y salmonetes de Estepona; pescaíto de Cádiz y chocos de Isla Cristina…

Embutidos de la Sierra, Encinasola a tiro de vista de Jabugo, - ya se sabe el “Miño lleva la fama y el Sil el agua” -,  y morcilla de Cártama; aceite ‘marteño’ y gordales de Dos Hermanas; oro liquido del Aljarafe y aderezo de manzanilla aloreña…

Roscos de Loja – “rosa entre espinas” – y piononos de Santa Fe; Bienmesabe de Antequera y anís en Rute; mantecados en Estepa, mostachones de mi tía Carmen (por cierto, tita, andas, últimamente, mal de memoria) y ‘alemanes’ en Guarromán…

Me llama un amigo: te tengo unos melocotones de Periana… Y, uno sabe que allí dicen que son los mejores del mundo. Y lo son. Y hoy se ha ido por ellos. Y, echamos el día. Y hablamos de lo divino y de lo humano y de eso que sólo se habla entre amigos y se lo lleva el silencio.

Le cuento que cuando anduve por allí me encontré con gente amable que, “si usted quiere pido la llave de la iglesia para que entre a visitar al Santísimo” y me ofrecieron por si lo tenía a bien, comprar vino moscatel, pasas, miel o pipas de almendras,  “par los guisos”.

Cuando bajé, supe que la presa sobre el Guaro, además, de al río se engulló los vestigios del paleolítico y los que había en las terrazas y los yacimientos que llegaban a la época romana. Lo que perduró siglos destruido, como quien dice, en un rato.

Y de allí, le digo, por el curso del río, me fui al mar, al mismo, pero un poco más al oriente de donde viene la luz, que ahora vemos desde tu ventana.  Estaba  - y está -  cerca. Se presiente en la suavidad de los pastos, en el vaho del aire, en la sensación de agrado que acaricia el rostro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario