miércoles, 17 de septiembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El aguacero.

                                             

Vino a media mañana. Cielo entolado, nubes de poniente, unos goterones, y después…, un algo más, pero no mucho. Sin llegar a lluvia. Hace falta pero como no está el patio para dispendios tirando el agua por las canales y se fue para otros lares.

 Los pajotes de los nidos de los gorriones tienen atascados los bajantes. Los tomaron por suyos y, como nadie los ha molestado durante el verano, pues  luego pasa lo que pasa. Se asustaron cuando vieron como corrían, por entre las tejas, pequeños riachuelos de agua.

“Esto es oro, oro lo que viene del cielo”. Lo decía un viejo en el bar. Humeaba el café con leche. Subían hacia no sé qué alturas las ilusiones y las esperanzas. Todo duró poco, muy poco. Vamos que al rato ya estaba seco el suelo.

Al medio día vino otro apretón. Jugaron, luego, al escondite las nubes con el azul del cielo. Se escondían unas; aparecía, el otro. Así un rato. Se escurrían las nubes por la Sierra del Valle, por El Torcal. Iban camino de Granada. Y la gente miraba la información que daban los hombres del tiempo.

Por media España cae otro aguacero. No me refiero al meteorológico, claro. A ese ni le importan los políticos, ni los ex, ni los que mandan, ni los que aspiran al cargo. La parte de España que pensaba que los puntos cardinales eran cuatro está confundida. En este  batiburrillo que se ha formado  no sabe ni Dios qué hora es.


No cae sobre España precisamente el aguacero esperado que preludia cambio de tiempo y hace que nazca la otoñada. Cae otra cosa. Dicen que sobre Sodoma bajó del cielo fuego, otros que si era azufre o vaya usted a saber. ¿Sabe alguien que es lo que cae sobre esta sociedad de nuestros días?

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