martes, 29 de julio de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Feria

La feria tardaba en llegar una barbaridad. La feria era el acontecimiento más importante del verano. La escuela decretaba la libertad cuando las espigas granaban en las lomas y se volvía cuando las nubes tomaban forma de coliflores en el cielo azul de septiembre.

En los años cincuenta había Reyes Magos, pero como los caminos estaban tan malos, no sabían a muchas casas del pueblo. En las casas a donde sí sabían vivían niños – muy pocos- que aparecían por aquellos días después del cinco de enero montados en una bicicleta; otros, con una pelota de goma y unos calcetines nuevos.

Cuando llegaba la primavera a las niñas de primera comunión las vestían de novias prematuras. Les colgaban una medalla de oro pendiente de una cadena muy fina  en el cuello; a algunos niños de almirantes… y, otros la hacían con un traje prestado y un librito con pastas de nácar. ¡Ah, también había estampitas y un rosario de cuentas que parecían perlas!

Decían que había trenes eléctricos y alguien soñaba que si algún día tenía un niño le compraría un tren eléctrico como los que vendían en casa de ‘Diego el de la Ferretería…’  ¡Mentira! El tren no sería para su niño sino para el padre….

Llega la Feria. Pasan los niños por la calle. Van a montarse en artilugios eléctricos que atraen a la posible clientela con muchos decibelios en la megafonía. Todo ensordecedor, todo pasado de revoluciones porque cuánto más ruido, más felicidad.

Me voy a transformar estos días. No sé si seré la sombra del hombre que empujaba las 'barquillas', si me iré junto al que recogía las fichas mientras la ola subía y bajaba por un montaje de hierros, si me pondré detrás del que daba vueltas a la manivela para que remontasen más altas las ‘cadenas…’


No sé. Lo que sí sé es que no estaré junto al hombre que vendía los tickes para que algunos privilegiados subiesen a aquellos carricoches de ensueño… Estaré unos días ausentes. Ya saben, me voy de Feria 

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