jueves, 3 de julio de 2014

Una hoja suelta de cuaderno de bitácora. La Cabaña



El río, aguas arriba de la nerisca de Lería, se remansa. Es un espejo a veces roto porque brotan burbujas como globos explotados que forman los peces cuando respiran muy cerca de la superficie y por los impulsos de los zapateros que reman contracorriente.

El río era, por allí, algo mítico y profundo. Estaba lleno de un encanto especial; lo bordeaba un cañaveral espeso e impenetrable. Vestidas las orillas por la vegetación formaban una galería que daba más misterio a los sueños de aventuras de los niños y, a donde,  nunca llegaban las personas mayores.

Aquel día los niños decidieron hacer una cabaña. En la alameda del arroyo del Sabinal cortaron varios horcones de sauces y algunas ramas de álamos negros;  se agenciaron unos tablones, que la riada del último otoño se había llevado del corral, donde ‘el Boticario’, encerraba las cabras y cortaron yerbas y juncos.

Se aviaron de tomizas, trozos de sogas inservibles que estaban arrumbadas en el cascarero del abuelo; clavos, puntillas, un martillo de carpintero, unas tenazas grandes,  el hacha con que Frasquito Martos cortaba la leña para la chimenea en invierno, y que siempre la tenía junto a la hacina, como olvidada…

Los niños hicieron la cabaña. Era la mejor cabaña. Todo era misterio y sueños. No transitaba nadie; no pasaba nadie. Se escuchaba el canto de los mirlos; de otros pajarillos de ribera. En las horas de la siesta de las huertas venía el zureo de las tórtolas.

Una tarde, al caer el sol, pasó un hombre que iba a pescar. Llevaba una caña de bambú, larga y fina, un hilo casi invisible con un corcho coloreado por la mitad y, en la punta, el anzuelo. El hombre llevaba, también, un cestillo de mimbre colgado a la cintura pero ni los niños prestaron la menor atención al hombre ni el hombre miró a los niños.


Cuando pasaron las calores los niños volvieron a la escuela. Dejaron la cabaña. Los granados se despojaban de un ropaje de oro viejo. Caían, lentamente, las hojas;  alfombraban el suelo. Cuando llegó el otro verano, los niños volvieron al río. De la cabaña…

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