jueves, 22 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El chaleco


                                                

Y todo por un triste chaleco. Una prenda que, al parecer, reivindican y los superiores no conceden. La ausencia de un chaleco se ha llevado la vida de un padre de familia por delante. Y, además, era servidor del Orden Público, o sea de los que están hasta mal pagados y, a los que nos permitimos el lujo de ni valorarlos en lo que hacen.

Todo arrancó cuando la tarde ya estaba avanzada. La patrulla patea el barrio. Dos Policías Nacionales. Uno se acerca a identificar a un mendigo. Un pobre desgraciado, que según se corría hoy por los medios, es un enfermo serio, con la cabeza mal amueblada.

La calle Frigiliana tiene aires de la mar cercana, se enclava en las cercanías de la Avenida de Velázquez. Vive allí gente normal, de la que está, codo a codo, con la crisis, con las obras del Metro, con la saturación del tráfico agobiante, con la presencia de otras personas a los que la sociedad no admite y las echa a la calle.

Dicen que este hombre había sido detenido ya siete veces. Demasiadas veces sin tomar ninguna medida. Hay demasiados marginados en las aceras. Malviven de la caridad, de los sentimientos humanitarios de los transeúntes, de Caritas que aporta un plato de comida,  ropa…

Ha muerto un Policía Nacional, uno de nosotros – el mendigo, también – atravesado por un cuchillo jamonero. Dicen que si hubiese llevado un chaleco se habría evitado. ¿Tanto cuesta un chaleco? ¿Tan carente de fondos está el Ministerio del Interior para no pagar un chaleco que salve vidas?


Un alucina en colores. Velas en el lugar del presunto crimen. Un loco en silla de ruedas por los pasillos de un hospital; unas flores; unos hombres de uniforme que se cuadran y saludan al paso del compañero muerto; una niña con tres años sin padre para siempre y todo porque al cumplir con su deber no tenía un maldito, un puñetero chaleco…

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