viernes, 2 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ¿Qué comemos?

                                   

Venía todas las ferias. El hombre colocaba su puesto en lugar por donde transitaba más gente y en cuanto se iba la luz del sol comenzaba a ambientar el entorno con olor a carne asada. Nos acercábamos los muchachos – y otros, que no tanto- y era la primera cerveza y el sabor de algo distinto. El ‘moro’ de los pinchitos tenía una  gran aceptación.

Han proliferado, también, los kebabs en muchos barrios antiguos de las ciudades que quieren recobrar el encanto y el sabor de  tiempos pasados. Se ubican en las equinas, en calles estrechas, junto a otras atracciones culturales: museos, pubs, o tabernas cortadas por el mismo patrón generalizado por la franquicia.

Acaba de saltar la noticia en Inglaterra. Han tomado muestras a 145 ofertas de comida; 45 no son carne cordero (comida principal para el kebab), ni de pavo ni de pollo ni… No señor. Es una carne de extraña procedencia. Leo: puede ser carne de gato o de rata.

Ante eso saltan dos preguntas: ¿dónde está la autoridad sanitaria?, y ¿qué comemos? Dicen que es para abaratar costes porque las otras carnes son más caras y el mercado estas las ofrece a ‘otros’ precios más asequibles para el consumidor.

Desde que el Nini y el Tío Ratero, llevados a la novela por Delibes… Las Ratas. Las cazaban en las cárcavas, en los ribazos y en los tesos. Era la miseria, era la pobreza contra una sociedad que los apretaba y los marginaba. ¿Ahora? Ahora parece que no es por eso sino por la moda de comer otras cosas.


El mercado se ha puesto muy exigente. No puede haber una pera con una larva en su interior, ni un tomate picado por los grillos, ni una lechuga comida por caracoles, ni un limón con una pinta… Todo tiene que ser perfecto ante la vista y,  luego, viene lo que viene ¡a saber, qué comemos! 

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