domingo, 18 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Árbol bendito

                       

Para don Miguel de Unamuno el mundo estaba dividido en dos partes por una línea. Coincidía - la línea - con el río Loira. Al norte, hombres rubios que cocinaban con mantequilla; eran esquimales. Al sur, bajitos y morenos, cocinaban con aceite de oliva; eran dioses.

Don Miguel podría estar equivocado en algunas cosas. En ésta, no. El sur, el sagrado sur de la luz, del mar azul, de autillos por las noches, de Ulises y Homero,  es la tierra del olivo que Atenea criaba en sus campos. Su fruto oro y como el otro, también, dorado; lo llamamos aceite.

Cuenta la mitología que Hércules se llevó, en su carro, plantas de olivos al Olimpo; a Noé, la paloma agotada, que volvió al Arca le trajo un ramito de olivo en el pico. Los romanos ungían con aceite a los atletas en el circo y los griegos a los vencedores lo coronaban con varetas de olivos entrelazadas.

Cristo sudó sangre, la noche aquella, en un huerto de… olivos. Getsemaní dicen que significa almazara o molino. A los enfermos se les da la unción de “santos óleos”  y a los niños de la España de los cincuenta nos sacó adelante un pedazo de pan casero con un chorreón de aceite.

“Hazme pobre en madera y te haré rico en aceite” cuenta Leguineche de un proverbio marroquí”; Barbetio proclama: “A ver si de una vez nos enteramos de que el aceite, hijo de la aceituna, es lo más parecido a nuestra sangre…”; don Antonio Machado, dice, que entre los olivos estaban los cortijos blancos y Miguel Hernández  que “el campo / se abre y se cierra como un abanico. Sobre el olivar /  hay un cielo hundido…”


Vinieron los olivos en las traíñas fenicias; rebrotaron, junto al Partenón, en la Acrópolis, después del incendio de Atenas;  le dieron color a los ojos de Atenea. Es el árbol de la sabiduría griega, de la paciencia y del primor en el cuido… Es el árbol de Andalucía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario