lunes, 3 de marzo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El sabor del tren

                                               

A José María González, ferroviario.

Acuñó la copla aquello del “chacachá del tren” y hablaba de un expreso que iba a Lisboa. ‘Mocedades’ lo volvió a grabar. En los trenes expresos – que hacían largos recorridos – viajaban los ricos; los pobres usaban el correo, el ‘mixto’, el ‘rápido”…

Andrés Dobarro, tuvo un éxito grande con “O tren”. Cantaba al tren que lo acercaba a Galicia, y cruzaba los campos de su verde tierra y el río Sil – “El Miño lleva la fama y el Sil el agua”-  cargado con la ilusión del que vuelve…

Tenía el tren olor y sabor propio. La máquina de vapor disparaba miles de chispas ardiendo de carbón mineral. El fogonero alimentaba la caldera para que el agua hirviese y, vapor,  y presión y  luego…, el tren surcara los campos con un pitido largo y agudo.

España estaba cruzada (no sé quién lo escribió, pero ¡qué acierto!) por esas cremalleras largas, sin término y con pocos remaches. Los pueblos estaban más cerca, y los trenes iban o venían –todo es cuestión de hacia dónde se mira- por las noches, al amanecer, a esas horas del día donde parece que se para el tiempo.

Cuando de madrugada, llegaban los trenes, a la estación de Alcázar –Alcázar de San Juan – se partían. Los que iban para Madrid o los que enfilaban a Levante. Subía un hombre con un canasto grande; recorría los pasillos y despertaba a los viajeros, entreabriendo la portezuelas de los departamentos, con una voz pregonera: “tortas de Alcázar”… Fuera hacía frío.

Resuena, el recuerdo, el cuchillero de Albacete. La estepa manchega blanca por la escarcha mañanera y el hombre que transita, junto a las ventanillas, por el andén, con un blusón largo, con el primer botón abrochado – como la gente de Alhaurín cuando vendían ajos por los pueblos-  y caído, de bolsillos grandes: “navajas de Albacete”.


En Astorga, también, subía un vendedor. Tenía otro timbre de voz. Como más cantarina, más duce y más melodiosa. Como escapado de una obra de Valle-Inclán: lastimero y agudo. Cambiaba la mercancía. Ofrecían “mantecadas de Astorga”. Ahora los trenes ni saben ni huelen. ¿Dónde estará el sabor del tren de entonces?

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